Opinión

¡Vaya semana que llevamos!

Con estas palabras cerró el viernes 25 el Presidente Sanz el acto de presentación de la XVII edición de las Jornadas de Exaltación y Fiestas de la Verdura de Tudela.



La reflexión en voz alta fue de agradecer, por natural, como entrañable fue su gesto emocionado el jueves 24 en el Parlamento, al cerrar una sesión plenaria que despidió tanto la Legislatura como su etapa política, que le ha mantenido más de 24 años consecutivos en la Cámara Foral. A buen seguro, y visto lo que nos viene, echaremos en falta su capacidad e inteligencia, dado el nivel, o mejor dicho, desnivel, que está alcanzando la cosa pública.



Otra cosa son, sin embargo, los días que llevamos de inauguración en inauguración, que han desvirtuado, aún más si cabe, la realidad política de esta campaña electoral permanente que padecemos desde los tiempos de Aznar, y que en clave local ha elevado al más absoluto esperpento la actualidad social. Hasta un punto entre delirante, hipócrita

e insufriblemente incómodo.



Para colmo de males, el lunes la Reina Sofía cerró esa tonta cortina de humo que son los actos oficiales, para poner un erróneo broche a una temporada de pantanos inaugurados que en el Gaztambide resume y refleja lo contrario de lo perseguido: El ciclo prorrogado durante 10 años de un proyecto de rehabilitación planteado en septiembre de 1999 por un importe de 620 millones de pesetas, que definitivamente ha costado 9,4 millones de euros. ¿Qué celebramos entonces, el final de la agonía?