Opinión

Una Universidad entre la apertura y el fanatismo

La declaración de Bolonia firmada en 1999 por 29 países, a la que se han ido adhiriendo otros hasta alcanzar la cifra de 46, abre la puerta de la universidad a la universalidad, la aleja de una visión actual que proviene del siglo XIX y la sitúa en los parámetros de globalización, apertura y homogeneidad internacional.

Los detractores de esta reforma universitaria aducen razones que difícilmente pueden sustentarse con el mínimo rigor argumental, tales como la subida de tasas, la privatización de la universidad pública o el control de asistencia a las clases.

Es verdad que muchas de esas manifestaciones son fruto del interés de algunos grupos por abortar todo aquello que signifique progreso, pero no es menos cierto que escasea la implicación del Gobierno de España a la hora de informar y explicar la verdad de esta reforma.

Tenían razón los rectores de las universidades de Barcelona, Valencia, la Complutense o la Autónoma de Madrid, a la sazón presidente de la Conferencia de Rectores, cuando exigían a la ministra Garmendia más implicación del Gobierno y le hacían la observación de que es precisamente éste quien, a través del decreto que modifica las titulaciones, está impulsando la reforma de Bolonia.

El Gobierno de Zapatero quiere descargar en los rectores y en las universidades una responsabilidad que debería asumir en primera persona, pues en este nuevo marco universitario muchos jóvenes se juegan el futuro de su formación.

Evidentemente, esta reforma tampoco está exenta de razonables críticas, pero lo secundario no puede empañar el afán universal de dotar la formación universitaria del reconocimiento internacional, favoreciendo la movilidad, la apertura y con ello las posibilidades de formación académica y vital de millones de estudiantes.

Escribo estas líneas a favor de la universalidad y la preparación académica justo el día en el conocemos que un grupo de universitarios han intentado boicotear una conferencia del ex ministro Piqué en Universidad Complutense.

Actitudes como esta, que por desgracia no son nuevas y que además casualmente siempre están dirigidas hacia personas del mismo color político, son justo el exponente contrario de lo que debe ser la universidad y de lo que se pretende con Bolonia.

La cerrazón fanática, la falta de argumentos, la imposición o el rechazo al debate con posturas intransigentes son lo opuesto a una cabeza amueblada y capacitada para debatir, a una preparación que busca opiniones diversas para ensanchar la suya propia y a una mentalidad universitaria que apuesta por la apertura.

Me quito metafóricamente el sombrero ante aquellos universitarios que, aún lejos de compartir lo que yo pienso, preguntaron al señor Piqué de manera incisiva, incómoda, pero absolutamente respetuosa por hechos acaecidos mientras él era Ministro de España, pues son la discrepancia, el inconformismo y la búsqueda de la verdad valores intrínsecos que no debe perder nunca la universidad. Pero no puedo menos que rechazar, condenar y manifestar mi preocupación ante hechos que nunca deberían producirse en una sociedad democrática, pero mucho menos en una universidad que quiere mirar hacia el futuro.