Opinión

Un triste comienzo de Año Nuevo

Como tantas otras personas, hubiera deseado que mis primeras palabras públicas de año nuevo, fuesen de celebración, de júbilo y paz. Pero ETA nos lo ha impedido. A la hora de escribir estas líneas, aún no han aparecido Carlos Antonio y Diego Armando y sus familiares continúan recibiendo atención psicológica mientras se teme lo peor. Por su procedencia, no se encontraban entre los numerosos inmigrantes que tuvieron que arriesgar o incluso perder sus vidas para llegar clandestinamente a través del mar hasta el mundo enriquecido. Vivían en este lado del desarrollo, trabajaban aquí y aquí perfilaban sus mundos de ilusiones. Ojalá se produzca el improbable milagro y sus vidas no les hayan sido robadas a golpe de bomba.

Hace más de tres años y medio que ETA no causaba tanto dolor y tanto daño. Pero ha vuelto a jugar con fuego y a hacer añicos vidas humanas, intereses públicos, sueños colectivos. ¿Con qué derecho? ¿Con qué reivindicación puede pretenderse justificar tamaña barbarie? No hay justificación ética ni política ni humana que le ampare.

Los agoreros, quienes han pataleado ante la posibilidad de que el Gobierno Español y ETA desarrollasen un proceso de diálogo que culminase con el final de la actividad armada de ETA, han vuelto a levantar la voz contra el Gobierno y contra el proceso, más que contra el propio atentado. Por otro lado, Batasuna, no ha criticado el atentado.

Sin embargo, es preciso alzar la voz desde la izquierda y desde el vasquismo.

Alzarla en primer lugar para solidarizarse con las personas afectadas, para denunciar el terror, para dolerse con quienes sufren las consecuencias de la furgoneta bomba, para distanciarse radicalmente y sin dejar lugar a dudas, de cualquier argumentación que pretenda justificar el atentado. Desde las filas abertzales y vasquistas se han cometido ya demasiados errores en la dirección contraria a la que acabo de exponer, con críticas, a veces, equidistantes a los atentados por un lado y a la falta de algunas libertades y de otras responsabilidades gubernamentales por el otro. No debe darse lugar a volver a hacerlo nunca más. La solidaridad con las víctimas, el rotundo rechazo a cualquier rédito político por medio de la violencia, la condena del atentado, la repulsa hacia la falta de moral que implica, deben ser inequívocas. No hay más responsables del atentado que quienes lo planifican, deciden y cometen.