Opinión

Tiempo de siesta

Ha llegado esa época del año en que la tarde, adormecida por el calor, conduce a todos a la siesta. Ese revés patrio al orden típico de una Europa que madruga y deja el trabajo temprano, por aquello de la “conciliación” laboral, familiar y social, que en estos lares nos conduce a un reposo, antaño de pijama y orinal, que rompe el orden diario pero lo ajusta a la perfección a la época y a los múltiples disfrutes que impone el verano.

Sin saberlo, con la siesta y otros hábitos este país de la piel de toro ha sido tradicionalmente uno de los que más y mejor han sabido entender la vida y el trabajo, determinado por esa inteligente máxima de trabajar para vivir y no vivir sólo para trabajar, lección aplicable a nuestra gastronomía, habitualmente definida como Mediterránea, que no consiste en comer, a secas, sino que nos alimenta enriqueciendo los platos con lo mejor de cada época, amoldando al clima y al tiempo los alimentos y coordinando magistralmente los frutos de los campos, con nutritivas carnes o a base de fresca fruta y verdura.

Porque aquí, comer no es sólo nutrirse, llenarse al estilo “fish & chips” noreuropeo; aquí, comer es degustar, compartir, disfrutar de toda una ceremonia que hasta permite charlar. Aquí las labores no son rutinas, son obligaciones desarrolladas con gusto, entendidas como un placer.

Por ello, alcanzar esta época del año en que echarse una siesta marca el cambio del ritmo del día podría, o debería poder, servirnos de ejemplo para aprender a mejorar nuestro ritmo y, como antaño con este descanso en los albores de los calores estíos, aprender a ordenar la agenda hasta el punto de realmente poder vivir felices. Porque la alegría es, ante todo, fomentar la salud, y la siesta es una de las mejores ocurrencias exportables para el verano.