Opinión

Sobre decretos y consultas

Franquista, real, gubernativo, judicial, etc., durante años he tenido la sensación de que en esos andurriales de la política, la proclividad al decreto ha sido y es endémica e incluso enfermiza. En esos ámbitos es como sello, tara o deformación profesional. Quizás, lo más probable es que nuestros tribunos se forjaron en el espíritu de la “democracia orgánica”, ésa que fluye de los innombrables recónditos.

Allí, en los aledaños de la transición, una vez inhumado el dictador, algunos -¡qué ingenuos!- nos aflojábamos los machos de la contención verbal. Tratábamos de escapar de aquella España de Frascuelo, charanga, pandereta, cárceles y decretos, sin más “glamour” que el del maestro estoqueador y el de sus braguetazos con cutres farándulas y alcurnias.

Y creímos por una vez que estábamos en trance de caminar esgrimiendo derechos ciudadanos, democracia, propuestas soberanistas, etc. Lo dicho, ingenuos, olvidadizos. Pero todo estaba atado y bien atado. Se trataba de la España de los tejeros, y de la benemérita, la del TOP –es lo mismo el nombre-, la de los Roucos, pogres y sociatas “ciudadanos del mundo”, pero a quienes una señera o una ikurriña les amarga el alma.

Y nos hicieron demócratas, prácticamente por decreto. Nadie votó una comisión constituyente que sería lo preceptivo. En el cenáculo que engendró la “carta magna” estaban los franquistas, un PSOE lameculos, un PC timorato, los nacionalismos, como candelabros, y el ejército colocando los puntos sobre las íes.

El engendro fue el que fue, justamente el que mejor se adaptaba a las hordas franquistas que se reciclaban a toda máquina. Y el resultado, 30 años de “¿democracia? “La llamada democracia representativa. Una forma de gobierno que muchos analistas independientes, humanistas, pensadores, líderes de la antiglobalización, etc., están rechazando por no responder a las exigencias soberanas de la ciudadanía.

En realidad, tales “democracias” no pasan de ser una simple cobertura para las fechorías de la oligarquía. Pura palabrería y artificio para encubrir las falacias y los turbios manejos de la “res publica”.

El verdadero soberano es el pueblo y no el estado, que es una institución a su servicio. El político –sobre todo el de carné fascista-, habitualmente se olvida de esto. Se siente soberano monopolizando el poder y usurpando la soberanía del pueblo.

Elegir cada cuatro años a gentes que actuarán “ad libitum” está garantizando la impunidad de políticos nefastos e ineptos, que se marchan de las legislaturas por la puerta de atrás, sin dar a nadie cuenta de sus actos. Esto en el mejor de los casos, ya que en el interín se han forrado a pelotazos en los que la opinión del pueblo se la han pasado por las horcas Caudinas.

Resulta relativamente sencillo atiborrarse de prebendas escudándose en el anonimato o en la impunidad de los aparatos del partido. Cualquier chisgarabís de medio pelo –no hablemos de los gallitos-, se licencia en el manejo de la manoletina contra el fisco y en la “tocata y fuga” con transigentes toguillas. Poca gente conspicua acepta que el hecho de votar cada cuatro años implique posteriores conductas democráticas. Eso se hace en estados Unidos y fíjense ustedes, ¿tiene algún porvenir un candidato que represente a los pobres?

Son las multinacionales –los multimillonarios-, los únicos capaces de soportar esas campañas grotescamente carísimas. Es su inversión que deberá cuantificar y multiplicar, de lo contrario, ¡adiós candidato! ¡Y aún hay cretinos que babean contándonos las excelencias del modelo americano! ¡Vaya indecencia mental!

Es por lo que hoy los auténticos demócratas -los auténticamente comprometidos con los derechos humanos-, proponen un paso importante hacia otra democracia más real, la llamada “democracia participativa”.

El jurista y político Mexicano Bernardo Bátiz Vázquez se expresaba en este contexto: “Es otra fórmula –la democracia participativa-, tras el fracaso de la democracia representativa, haciendo que participe el pueblo en consultas, plebiscitos, referendums, preguntas directas, etc., especialmente en materias que resultan claves para la sociedad”.

Precisamente si algo caracteriza a nuestra sociedad es la sobreabundancia de tecnología para saber qué quiere o qué opina el ciudadano. Hoy plantear una consulta o cualquier tipo de plebiscito, si interesa, resulta una nimiedad, técnicamente hablando.

¿Cuántos conflictos, dolor e incluso muertes, se hubieran evitado con una simple consulta a la ciudadanía?

Si un político no es capaz de ver esto es un zopenco, y si lo ve y pasa, un malvado. Si es lo primero ¿a qué se presenta? Si es lo segundo, no sólo malversa la confianza del pueblo; actúa como un peligroso delincuente.

Lemoiz, Itoiz, tav, por mostrar algunos ejemplos. Una simple consulta hubiera bastado para desarmar a unos y a otros.

Si la soberanía emana del pueblo y los gobiernos son instituciones a su servicio, ¿por qué no escuchar la opinión del pueblo en materias puntuales? Es decir, si tanto se predica la democracia, ¿por qué no se hace realmente participativa? ¿Por qué se articulan constituciones inmutables, blindadas ex profeso – y con alevosía- para evitar que grupos de ciudadanos puedan expresar su voluntad?

Pues así, a bote pronto, se me ocurren algunas razones:

1.- Se utiliza la política como medro personal. La fidelidad y las voluntades se le hurtan al pueblo para someterlas al servicio de la oligarquía a cambio de jugosos enjuagues y mercedes. Dicha oligarquía tendrá el camino libre para enfrascarse en obras faraónicas entrando a saco en el erario público. Para la próxima legislatura, ya se dispondrá cómo hacer que la gente se trague sus frustraciones y su mala baba. No es tan difícil. La gente es olvidadiza y al final tendrá que votar a lo que hay. Las alternativas son las que son…

2.- Se dificulta el acceso al gobierno a personas honestas –no les veamos, no les escuchemos y vayan a despertarnos- que pongan en tela de juicio el statu quo. Pueden intentarlo; otra cosa será los medios con que cuenten para hacerse oír, o para encontrar una estructura social –y económica- que les acoja y que tenga un cierto predicamento.

3.- Lo cierto es que la única “democracia” que el neoliberalismo parece soportar como mal menor es una democracia, más que formal, “de formas”. El control sobre el pueblo debe estar lo suficientemente asegurado para que no meta las narices en los tejemanejes de la oligarquía, poderes fácticos o lo que sea. Es una forma de ocultar y/o garantizar la corrupción y explotación, que exhalan la banca y las grandes empresas.

No son éstas las únicas razones. Conscientemente he obviado una que para los vascos es crucial. En una democracia participativa ¿que impediría al pueblo vasco preguntarse sobre su voluntad de crear y vivir en un estado propio? Ya lo he indicado ¿la constitución? Cámbiese. ¿El ejército? Es decir, ¿la violencia? ¡Pues vaya democracia!

Cabría considerar los ríos de tinta o de sangre, las décadas de confrontamientos y de malas conciencias que se pudieran haber evitado permitiendo este referéndum y respetando su resultado.

Evidentemente, estas ideas no se venden, no interesan a los medios, son peligrosas y podrían alterar los parámetros del “estado de derecho”. Y claro, eso de poner en entredicho el enorme pesebre de explotadores, vividores y sinvergüenzas del sistema, no es peccata minuta.

Y ya puestos así, debo decir que hoy por hoy, la mayoría de los partidos, por no decir todos, no cumplen mis expectativas de aspirante a la democracia. Sólo aceptaré pertenecer a un estado democrático cuando se regenere la política, se vayan los actuales mangantes y aparezca el “homo honestus”. Será el día en que vea absolutamente reflejada en las instituciones la voluntad del pueblo soberano.