Opinión

Se mueren de hambre

La actual crisis alimenticia se debe a las continuas subidas de precios alimenticios en los mercados financieros de materias primas. En un contexto de las injustas políticas (las Farm Act norteamericanas y la PAC europea) que subvencionan tanto por producir como por dejar de producir, según conveniencia. Hoy padecen hambre casi cuatro millones de somalíes, bajo la peor sequía de los últimos 20 años. Los ecologistas lo achacan al cambio climático, pero el tema no es tan sencillo.

La sequía es el desencadenante, pero la falta de Estado y la anarquía han destruido familias y, con ello, la economía. En Somalia mandan fanáticos musulmanes y bandas de piratas, a los que les pagamos por los rescates de los marineros.

Sin economía que funcione, los más débiles se mueren de hambre. Incluso ahora las autoridades islamistas vetan el trabajo de las ONG bloqueando la distribución de las partidas de alimentos de emergencia. Dicen las ONG que la situación es la más crítica que se ha vivido en las últimas décadas. Más de 1,5 millones de personas están siendo desplazadas sin rumbo en el interior del país, se habla de miles de niños fallecidos.

Lo urgente, es dar de comer al hambriento, cosa no fácil, por el peligro de acceder a Somalia y porque encima, aquí tenemos nuestros propios problemas que nos acucian. Pese a todo, deberíamos ser generosos. Deberíamos colaborar en la paz en Somalia y en la reconstrucción del país, paso imprescindible para la recuperación agrícola. Para que Somalia, Sudán del Sur, Etiopía y Eritrea levanten cabeza, tanto Estados Unidos como Europa deberían revisar sus protectoras políticas agrícolas.

La hambruna no tiene sólo causas atmosféricas, también las tiene políticas y económicas. Los expertos reconocen que hay tres factores que determinan tanto como las sequias: 1/ El desplazamiento masivo de población desde áreas rurales a grandes ciudades –no sólo en China e India- ha provocado un doble efecto: la disminución de la producción agraria y la modificación de sus hábitos de consumo. Cientos de millones de personas al abandonar las prácticas agrícolas locales, se incorporan a un modo de alimentación más homogéneo y global, lo que significa menos arroz y mijo y más harina, maíz y carne. Aumentado fuertemente la demanda sobre ciertos cultivos, sus stocks se han reducido, y algunos países soportan difícilmente las subidas de los precios.

2/ La dependencia del regadío. De todo el consumo mundial de agua, un 70% se dedica a la agricultura. El 40% de la producción agraria mundial procede del 18% de las hectáreas regadas. Es lógico, si tenemos en cuenta que una hectárea de regadío produce casi 7 veces más que una de secano. Pero este sistema se hace cada vez más insostenible, a menos que se empleen transgénicos que permiten extraer más producción o se aumente considerablemente las superficies regadas.

3/ Los biocombustibles también complican, ya que una parte muy importante del grano cultivado no va a ser consumido jamás como comida, sino que será utilizado para fabricar combustibles ecológicos. La llegada al mercado de estos combustibles ha puesto en serios aprietos el equilibrio de precios de los alimentos.

El stock mundial de alimentos se encuentra en mínimos históricos. Países desarrollados de fuera de África han comprado entre 15 y 20 millones de hectáreas de cultivo en este continente hambriento desde 2006. Se sabe que hay miles de hectáreas fértiles vendidas por los gobiernos más corruptos de África a inversores extranjeros de manera irregular. China y Arabia Saudí, entre otros, han empezado a buscar fuera de sus fronteras la tierra que les escasea en su territorio. La inversión en terreno agrícola no es mala en sí: el dinero obtenido podría ser una interesante base de desarrollo para los países más débiles de África. Si el negocio fuera transparente, beneficiaría a ambas partes. Bueno es que el clima acompañe, pero el hambre seguirá siendo una enfermedad crónica en el cuerno de África a no ser que aumenten dos recursos hoy muy escasos: la libertad y el desarrollo científico.

Ricardo Guelbenzu