Opinión

Sanchico Rota

En uno de los últimos números de una revista navarra, y con ocasión de una visita a las “Bardenas Reales” (que así es como se llaman) se alude a Sanchicorrota, así, formando una sola palabra, y no una sino dos veces; lo que, por lo menos en Tudela y su ribera, no es de recibo.

Sanchicorrota no es una sola palabra que suena a kale borroka y parece un trabalenguas cualquiera, sino que se trata del nombre y apellido de una persona que vivió y murió en circunstancias muy especiales.Y otra vez tengo que referirme a los Apuntes Tudelanos de Don Mariano Sainz, que debieran leer los de Tudela para saber un poco de su pasado.

“Se vivían en Navarra días de lucha entre agramonteses y beamonteses: partidarios de Juan II, o de su hijo Carlos, príncipe de Viana. Entretenidas las tropas del Reino en estas rivalidades y aprovechando el descontento general, gentes atrevidas, tomaron puntos estratégicos que les servían de cuartel, en las fragosidades bardeneras. Sancho Rota, sentó también sus Reales en Bardenas casi con el aspecto de su Señor feudal; agrupando bajo su jefatura hasta unos treinta hombres de a caballo. Si alguno de ellos moría, siempre había aspirantes para ocupar su puesto.

La extraordinaria fama adquirida por Rota preocupó al mismo Juan II que envió emisarios a los pueblos limítrofes con órdenes severas de que aprestasen gentes de armas que exterminaran la partida, atacando a Sancho y demás en cualquier sitio donde los hubieren”.

La convocatoria real reunió, según algunos, casi 4.000 hombres, y al final del desigual combate, tan nutrida tropa terminó con toda la banda. En aquel mismo lugar, enterraron a los suyos, pero el cadáver de Sancho se trajo a Tudela y se colocó en una horca, hasta que las aves de rapiña dieron cuenta de él.

En aquellos tiempos, se completaba a veces esta escena con un cartel donde se puntualizaba: “Para que sirva de alimento a las rapaces y escarmiento a pícaros y facinerosos”, para advertir al que pasaba por allí de qué iba aquello. Esto no lo dice Sainz. Lo digo yo. Tiempo después, y a pesar de este final tan denigrante, en la cima de un promontorio de las Bardenas Reales y señalando el sitio donde cayó muerto Sancho, alguien colocó una cruz de piedra.