Opinión

Objeto de deseo

La reinterpretación partidista de la historia se está convirtiendo en práctica habitual para quienes, de una u otra forma, sólo pretenden justificar sus anhelos y aspiraciones. Pero los hechos históricos, por más que uno se empeñe, son los que son y no los que nos gustaría que fuesen. Desde el paréntesis de las acciones terroristas que ha dado lugar a ese proceso de tregua bilateral por la inacción del Estado de Derecho, Navarra, que siempre ha sido objeto de deseo de los independentistas-nacionalistas, se ha convertido en objetivo a su alcance. Alguien debería decirles que la obsesión enfermiza sólo produce frustraciones cuando se olvida que el objeto codiciado no quiere ser deseado y por lo tanto no dará la satisfacción pretendida.

Por mucho que los nacionalistas (en todo su espectro político) abunden en la necesidad de terminar con su conflicto imponiendo al resto de la sociedad sus soluciones, que no son otras que la anexión de Navarra y la independencia, a la mayoría de los navarros no les perturba en lo más mínimo. Se mezcla el escepticismo y la incredulidad con el simple pensamiento de que mañana desaparecerá Navarra como identidad propia y pasará a ser una provincia más del País Vasco; que perderá su actual status para hacer una Euskadi más grande. Pero no es cuestión de imaginación sino de aplicar la cruda realidad. La hoja de ruta está trazada y, sin ánimo de ser alarmistas, Navarra es la moneda de cambio. Lo han dicho los nacionalistas por activa y por pasiva, por fin podrán tener ese objeto de deseo tanto tiempo suspirado.

La perogrullada del año ha consistido en repetir hasta la saciedad que Navarra será lo que los navarros quieran. Es cierto, en la Constitución está la Disposición Transitoria Cuarta, ratificada por el Amejoramiento del Fuero, pero no es menos cierto que, dependiendo de quien ostenta el poder, la Constitución se reinterpreta a conveniencia con márgenes tan amplios que llega a desfigurarse para dar cabida a nuevas realidades nacionales y otras primicias de difícil digestión. Lo que los navarros quieran, por supuesto. Pero con plena consciencia de lo que quieren. Si la mayoría de los miembros del Parlamento de Navarra (mitad más uno) aprueban la propuesta de integración en el País Vasco ésta será un hecho. ¿O es que en caso de que ocurra y se someta a referéndum del pueblo navarro no bastará, como recoge la transitoria cuarta, que el 50,01% de los votos emitidos (que no de los votantes) arrastre al otro 50%, 60% o 70%? Parece algo inalcanzable pero no es así. Los ciudadanos de este viejo reino siguen pensando que eso es una quimera, que nunca podrá ser. Pongamos los pies en la tierra y realicemos un análisis sereno.

El fin del nacionalismo es alcanzar el poder en Navarra y la única posibilidad de obtenerlo pasa por un pacto con el PSN. Lo dijo recientemente Uxue Barcos tras la constitución de NaBai para las próximas elecciones forales del 2007. El PSN ya ha practicado este tipo de acuerdos en seis ayuntamientos navarros y su ambición de poder es el fin principal de su acción política, pero para ello hay que pagar peaje. En NaBai confluyen todos los partidos nacionalistas, de derechas y de izquierdas, con un fin común: Navarra. Una vez en el poder, lo que decidan los navarros queda un poco más difuminado. Porque, pese a quien le pese, el PSN no ha dicho con claridad que Navarra no se integrará en el País Vasco, sino la consabida frase “será lo que decidan los navarros”. Tampoco ha aclarado, si llega al poder de mano de los nacionalistas, si está dispuesto a crear un órgano común con el País Vasco, como paso previo a la anexión.