Opinión

Nuevas dudas emergen en el escenario paquistaní

Las elecciones parlamentarias en Pakistán han dado paso a todo un mar de especulaciones e interpretaciones sobre las mismas y sobre el futuro del complejo estado del sur de Asia. Su importancia geoestratégica para los intereses occidentales, su inestabilidad interna y su influencia en la región son motivos suficientes para que buna parte de las miradas se dirijan hacia allí.


Las primeras conclusiones post electorales nos muestran un parlamento donde los vencedores han sido el Partido del Pueblo Pakistaní (PPP) de la difunta Benazir Bhutto y la Liga Musulmana de Pakistán (PML-N) dirigida por Nawaz Sharif, mientras que el partido que en la anterior legislatura apoyó al presidente Pervez Musharraf, la Liga Musulmana de Pakistán (PML-Q), ha sufrido un fuerte revés.


Los candidatos que se han asociado con la figura presidencial no han logrado sacar escaño, con importantes derrotas entre algunos ministros salientes. Este castigo a la PML-Q se quiere hacer extensivo a la figura de Musharraf, y presentan la cita electoral como un verdadero plebiscito contra el mismo.


También se ha querido presentar los resultados de las zonas tribales y aquellas donde las formaciones islamistas son más fuertes como un verdadero varapalo contra estas organizaciones. El hecho que el Partido Nacional Awami, de corte laico en la zona pashtum haya obtenido la mayoría de escaños lleva a muchos analistas extranjeros a anunciar el final de la amenaza electoral islamista. Sin embargo, aquí hay un pero, y es que esa organización no ha obtenido más votos que en el 2002, y sobre todo, que su victoria se debe en buena medida a que las organizaciones islamistas en su mayoría habían optado por el boicot a las elecciones.


Otro punto oscuro sobre el resultado final lo apuntan algunas fuentes locales pakistaníes, que señalan que el panorama electoral en el país no da pie a la esperanza de cara al futuro. Por un lado, el triunfo de las dos formaciones “clásicas” no garantiza la posibilidad de una evolución democrática, ya que conviene recordar que durante los gobiernos de la difunta Bhutto y de Sharif, la corrupción campaba en Pakistán, además de los apoyos directos o indirectos que ambos ofrecían a los grupos militantes islamistas armados que operaban en Afganistán o en Cachemira.


Y por otro lado, la imagen de los partidos actuales refleja que la mayoría de ellos obedecen a patrones étnicos o regionales, el PPP (sindhi), el MQM (muhajir en las ciudades sindh), ambas PML (punjabi), la MMA (pashtum), sin olvidarnos d elas organizaciones baluches u otros partidos minoritarios sindhis. Esa fotografía hace muy compleja cualquier alianza basada en los intereses del conjunto de la población, primando los intereses locales y las fidelidades personales.


Además, ninguna de los tres partidos mayoritarios ha logrado cubrir sus objetivos. El PPP esperaba muchos más votos, aprovechándose del efecto Bhutto, la PML-N apuntaba mejores resultados, incluso la victoria, mientras que nadie en la PML-Q esperaba este descalabro electoral.


De momento hay varios factores que juegan contra el actual presidente: su poder ha sufrido una fuerte erosión tras los comicios, su popularidad estaría por los suelos, su autoridad está amenazada en el parlamento y en la calle, y no podemos olvidar las amenazas directas contra él lanzadas por los grupos militantes armados.


No obstante, a Musharraf todavía le quedan algunas bazas: todavía parece contar con el apoyo de Occidente, que le considera clave en la “guerra contra el terror”, así como su capacidad para manipular el nuevo escenario político aprovechándose de la división entre las formaciones políticas. Los partidos políticos han comenzado los contactos para formalizar una alianza de gobierno. Aunque algunos apuestan por un gobierno del PPP y la PML-N, junto a organizaciones menores, esta fórmula trae consigo la pregunta del millón, “¿cuánto duraría?”, ya que las fuertes diferencias personales como los importantes enfrentamientos en el pasado entre ambas formaciones, no augura un futuro muy prometedor. Además el partido de Sharif podría apostar por ver el toro desde la barrera y esperar una mejor oportunidad en un futuro cercano. Sin olvidar tampoco las maniobras que tanto Musharraf como Estados Unidos y sus aliados realizarán estos días.


De momento la maquinaria estadounidense ya se ha puesto en marcha. Como primera opción en los círculos de la Casa Blanca se baraja la opción de Musharraf, con un gobierno aliado que defienda sus intereses. Desde Washington se están tendiendo puentes entre el presidente pakistaní y la oposición para “preservar los intereses norteamericanos en la región”. El Departamento de Estado ha señalado que “estamos trabajando para que Musharraf y el nuevo gobierno continúen en la línea de defensa de nuestros intereses”.


También la campaña electoral en EEUU ha tenido su incidencia en este panorama, las declaraciones del candidato republicano, John McCain, señalando que “antes de la llegada de Musharraf, Pakistán era un “estado fallido” con sucesivos gobiernos corruptos, y fue Musharraf el que trajo el orden al país”.


Pero los dirigentes de EEUU saben que si el resultado electoral se interpreta como un aderrota de Musharraf, también podía hacerse extensiva a ellos, sus estrechos aliados. De ahí que se estén manejando algunas alternativas o plan B y C. Si el actual presidente ya no es “indispensable”, Washington podría utilizar sus estrechos lazos con el todopoderoso ejército pakistaní para edificar un nuevo escenario. Ya que si no hay duda de que los militares han sido un factor clave en la inestabilidad política, con sus sucesivos golpes, tutelaje e intervenciones del sistema político, podrían presentarse nuevamente como la fórmula idónea para que EEUU preserve sus intereses.


Los nuevos dirigentes del país deberán afrontar toda una serie de problemas: resolver el conflicto de la judicatura y señalara si ésta recupera o no su status como pilar del estado; afrontar los poderes del presidente y la posible reforma constitucional; solventar las demandas nacionales de algunas minorías; o intentar hacer frente a la amenaza que representan las organizaciones militantes islamistas para el actual estado pakistaní. Todo ello sin olvidar el desempleo, la seguridad social y los derechos de las mujeres y los niños entre otras cosas.


El panorama económico del país no se presenta nada optimista. Las amenazas económicas se muestran en forma de una escalada alarmante del déficit, con las exportaciones estancadas, la inflación en aumento, una inminente crisis energética y con unos indicadores sociales que son de los perores de Asia.


Mientras tanto algunos siguen centrando sus miradas en el próximo gobierno, y sobre todo, quién formará parte del mismo. En este sentido es interesante recoger las palabras de un periodista pakistaní, que señalaba que “no se puede olvidar al analizar la política en este país lo que nos ha enseñado la historia, en Pakistán, en política, nada es cierto y definitivo cuando proviene de nuestros dirigentes, ni sus ideologías, sus alianzas, sus rivalidades o cualquier misión de estado”. Porque la mayoría de esa clase política y sus aliados occidentales siguen mirando por sus propios intereses, dando la espalda a las demandas y necesidades de la mayor parte de la población.


TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)