Opinión

Nacionalismo no nacionalista

Fernando García Cortazar representa el modelo del ideólogo español actual más acabado. Su trayectoria en el terreno de la Historia le ha llevado a ser colocado en el polo aglutinador de la Historia de España desde una perspectiva nacionalista. Sus méritos no se encuentran, quizás, en el trabajo de investigación –ni tan siquiera de síntesis- cuanto en la labor difusora de una reelaboración de la Historia española en la coyuntura presente; aportación esta que se prodiga en los media y editoriales con una finalidad de reafirmación del hecho nacional español.

Una contribución en esta línea aparece en el trabajo colectivo correspondiente al congreso internacional dedicado al BICENTENARIO DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA, cuyas actas han sido publicadas con el título de EL NACIMIENTO DE LA ESPAÑA CONTEMPORÁNEA. No voy a hacer un repaso de su contenido –ni de sus autores. Entre los que figura lo más granado –como se suele decir- de la intelectualidad y estamentos de mayor relieve del Estado español, desde profesores universitarios, incluido el director de la real Academia de Historia, Gonzalo Anés, hasta el mismo general Casinello, de tanta relevancia para Navarra, nuestro país, por su papel en los servicios de información españoles.

Destacaré, no obstante, la desaparición del tono xenófobo –antifrancés- que tradicionalmente ha caracterizado la producción literaria española de toda índole dedicada a la materia. En el momento presente está de sobra utilizar la imagen de la perfidia del enemigo histórico como aglutinador del sentimiento colectivo, para impulsar la emoción que se conmueve ante la desgracia de la Patria doliente, alevosamente agredida por la prepotencia del tirano. Hoy en día Francia es la amiga junto a la que España camina en la búsqueda de un mundo próspero y democrático, con la mirada puesta en conseguir una gran proyección sobre Europa y el mundo entero. La conmemoración del acontecimiento histórico debe contemplar los hechos desde una perspectiva aséptica. Aquellos dramáticos acontecimientos fueron resultado de circunstancias insuperables por parte de sus protagonistas y de la presunción de un personaje como Napoleón, prevalido en exceso de su capacidad para manejar a personas y pueblos. Quienes se vieron implicados en tales acontecimientos actuaron de manera muy vital, perseguidos por la misma gravedad de una realidad que los desbordaba y a la que se veían obligados a hacer frente. El marco que encuadra la época presente se encuentra muy lejos de aquel mundo y los problemas que pueden afectar a las relaciones franco-españolas no alcanzan el dramatismo de otros tiempos, además de existir instrumentos de solución más civilizados.

No obstante lo dicho, la denominada Guerra de Independencia sigue constituyendo un referente ineludible en la configuración del imaginario histórico español, al que no deja de considerarse como nacimiento de la España moderna y auténtica refundación nacional. La misma importancia que otorgan a este acontecimiento los estamentos a los que se ha aludido más arriba pone en evidencia la trascendencia de la materia en el actual proyecto nacional español. Hoy, sin embargo, el elemento que polariza el sentimiento de solidaridad colectiva se encuentra en otro lugar. Lo constituye el denominado nacionalismo periférico. La aspiración de recuperar la libertad nacional que crece especialmente en Navarra y Cataluña ha sustituido a la furia antifrancesa. Ya hablaremos al respecto más adelante

Lo que ahora interesa es comentar el pretendido novedoso análisis que lleva a cabo Cortazar sobre los hechos de mayor relevancia de los acontecimientos comentados. A decir verdad resulta difícil determinar las novedades. Cualquiera diría, más bien, que nuestro historiador se limita a repetir la valoración tradicional de los hechos; desde el dramático levantamiento popular madrileño, pasando por la heroica reacción nacional de Bailen y la capacidad de resistencia de una nación en las situaciones más graves, desde los sitios de Zaragoza a la guerra de guerrillas. En todo el conjunto de acontecimientos nos encontramos con una Nación al parecer ya constituida y consciente del riesgo que corre ante el alevoso ataque de que es objeto. Cortazar no modifica en nada la perspectiva que se tenía desde hace 150 años. Es más sorprendente este hecho, cuando hoy en día se han revisado tantos aspectos idealizados de esa Historia en lo que toca a protagonistas, motivaciones y circunstancias muy particulares referidas al papel de las élites –afrancesados y patriotas- y clases populares. Se sigue idealizando el hecho guerrillero, en tanto que factor decisivo de la victoria y como muestra de la profundidad del sentimiento nacional. Los trabajos nuevos sobre esta última materia, por el contrario, evidencian que en la mayor parte de España el movimiento guerrillero no fue otra cosa que la adaptación a una forma de vivir cercana al bandolerismo y que rehuía la constitución de una organización táctica adecuada al enfrentamiento directo con el enemigo. El tamaño de la guerrilla refleja una realidad de dimensiones muy limitadas. Se obvia igualmente la importancia que tuvo la guerrilla vasca de Espoz y Mina; desde luego la más efectiva, sin parangón, con el resto. Los componentes de esta guerrilla -la única que adoptó organización militar y plantó cara en campo abierto a los franceses- actuaron motivados por razones que bajo ningún concepto pueden calificarse de patrióticas desde una perspectiva hispana. Estos hechos han sido puestos de relieve por I. Tone y Ch. Esdailer en diferentes trabajos sobre la materia.

Cortazar ha repetido todos los lugares comunes nacionalistas españoles. En este camino nada nuevo. Sí es cierto que la presente situación obliga a tener referentes distintos a las formas chovinistas de otras épocas. En cualquier caso y sin llegar a afirmar que su valoración –llamarla interpretación me parece excesivo- haya abandonado el carácter chovinista, busca otra lámpara con que iluminar la imagen de la Nación en peligro. Ahora, sin embargo, no se dirige en contra de Francia. Mejor prefiere designar como blanco a los nacionalismos étnicos de la periferia española. Frente a ese vociferado carácter étnico la Nación española se presenta como una matriz de la libertad. Es abierta y apoyada en valores de la ciudadanía, todo tan alejado de la estrechez de miras de los nacionalistas…

¡Qué difícil parece a la intelectualidad española aceptar la discrepancia! Resulta más llamativa esta actitud cuando en lo que ellos llaman nacionalismo solamente aparecen reivindicaciones de libertad individual y colectiva. Nunca han sido capaces los nacionalistas españoles de concretar hechos a los que se pueda objetar que perjudican los derechos individuales y colectivos de la ciudadanía española y las reivindicaciones de liberación nacional navarra y catalana se ajustan con fidelidad exacta a los principios y declaraciones más importantes de los derechos humanos. La crítica que llevan a cabo tales intelectuales es resultado de la distorsión más burda, la que lleva a convertir a las víctimas reales en verdugos y viceversa. Resulta más hiriente tal actitud cuando la Historia de España constituye una secuela permanente de represión y destrucción de pueblos y culturas en Europa, América, Asia y África, sin que hasta el momento la cultura española considere la posibilidad de efectuar una autocrítica. En realidad la descalificación que en el momento presente efectúa esa misma cultura sobre el soberanismo navarro y otros, no es sino el último de los capítulos desarrollado a lo largo de los tiempos que se caracteriza por el desprecio hacia quienes tienen la capacidad de levantarse frente a la altivez española; altivez que como un poeta nacionalista español -Machado- se sentía obligado a reconocer “…desprecia cuanto ignora…”

A decir verdad, poco más se puede decir de la ponencia de Cortazar. Dejando a un lado las aportaciones parciales que hayan podido desarrollar otros ponentes, que no rebasan sino el simple interés monográfico, no queda sino calificar de lamentable a este ideólogo, que si se atreve a escribir como lo hace, es por la existencia de un público dispuesto a aceptar el detritus del pensamiento como valor primordial. Aquí radica el problema.

Mikel Sorauren