Opinión

¿Más pasta a Mas?

Cada septiembre, el numerito nacionalista catalán nos recuerda, dos engaños. El primero: el de que todo conflicto tiene que tener solución. El segundo: esto podría resolverse dándoles más pasta. Nos cuesta aceptar la realidad, éstas disputas políticas, simplemente, no tienen solución. Los dos últimos siglos en Occidente, responden al choque entre dos valores incompatibles,

entre sí: la libertad y la igualdad.



El nacionalismo exagerado, es una enfermedad que no posee cura. La Historia no tiene marcha atrás, desde la Restauración no se supieron hacer bien las cosas, y hoy es nuestra penitencia. Debemos vivir con el problema, sin traumas, sabiendo que no es un problema económico. Es improcedente reformar la Constitución, como piden la izquierda y El País, con un déficit de 70.000 millones €/anuales, y sin acuerdo entre los dos grandes partidos. Abogar por un nuevo “encaje”, con más ventajas económicas vitalicias para Cataluña, sobre las demás autonomías, no es un remedio, es otra enfermedad crónica. Québec era separatista, siendo la región más pobre de Canadá, y sigue siendo separatista ahora, que es más rica. Eslovaquia era mucho más pobre, antes de romper con la próspera Chequia, y hoy continúa siendo más pobre, pero orgullosa de su soberanía. Ejemplo contrario: Baleares, la comunidad con mayor déficit fiscal, el independentismo catalán, es claramente residual.



¡Los nacionalistas piensan que ha llegado su hora! Al concurrir, una corrupción generalizada del PP, PSOE, de la Corona, con una crisis económica tremenda. ¡Es su oportunidad! esgrimen su “derecho a decidir” -eufemismo de autodeterminación- que sólo lo han recogido dos constituciones, la federación rusa y la yugoslava, y que hoy como tales, ya no existen. ¡Nadie en su sano juicio se dispara al pie! Aplicar la legislación, en su caso, no es ni golpista, ni autoritario.



Con cupo o sin él, los nacionalistas catalanes seguirán minando la soberanía española sin tregua, no es un problema contable. ¿Qué hacer, entonces? Lo primero, no tener miedo a ser tildados de neofranquistas, activando una política cultural en defensa de la unidad nacional española. Lo segundo, en fin, algo tan simple como que el Estado esté

presente en la vida cotidiana de los catalanes, para los que ahora resulta invisible. Llevamos demasiados años con unos representantes del Estado en Cataluña que no se ganan el sueldo, se han limitado a no ofender a los nacionalistas, siempre hipersensibles con lo suyo. Ellos no cumplen las sentencias, y se rasgan las vestiduras, si ejerces de español. ¡Ya está bien!



La mayoría de los catalanes no son talibanes. Desenmascaremos las mentiras nacionalistas de su proyectada “arcada feliz”: donde no tendrían aseguradas las pensiones, soportarían fuertes penalizaciones por la salida automática de la Comunidad Europea, y los costes de las infraestructuras (por encima de la media) que tendrían que devolvernos al resto, etc. Hay que desmontar su "hoja de ruta", dando confianza y buenos argumentos,

a la mayoría silenciosa catalana, hoy desorientada por nuestra inacción,

y luego restándoles a muchos de sus actuales seguidores, cuando vean que “su” independencia, no prospera.