Opinión

La Voz del Desierto

¿Quién conoce los efectos del hambre, la sed y la desesperación entre las dunas de la soledad?

En el desierto, esposados sin rumbo conocido, sin apenas alimentos ni bebida, cientos de subsaharianos vagan expulsados del paraíso soñado. Mujeres embarazadas miran impotentes hacia el horizonte ansiando otro futuro para sus bebés.

Mientras tanto, nosotros vemos en la tele un reality show que pase un tupido velo sobre esa dramática realidad, y vamos muy deprisa de una tarea a otra de manera que el rápido paso del tiempo no nos permita escuchar los gritos desgarrados y desgarradores de aquellos a quienes les hemos privado de todo.

Cuando éramos niños, llevábamos un negrito en la mano para pedir una limosna para el dómund. Ahora rompemos en pedazos la solidaridad y nos aislamos en el búnker de nuestra privilegiada estancia.

Pero no nos engañemos. No será para siempre.

Nuestro cómodo nihilismo es una valla tan insegura como las alambradas que los inmigrantes saltan una y otra vez. En su lugar, ninguno de nosotros callaríamos para siempre tamaña injusticia por el hecho de haber nacido unos miles de kilómetros al sur del mundo enriquecido.