Opinión

LA SOLIDARIDAD, UN COMPROMISO PERSONAL

Las Naciones Unidas, en el marco de la Declaración del Milenio, proclamaron el 31 de agosto Día Internacional de la Solidaridad “con el fin de promover y fortalecer los ideales de solidaridad como valores fundamentales esenciales para las relaciones en y entre las naciones, los pueblos y las personas”.

Se eligió esta fecha por coincidir con el inicio, en el ya lejano agosto de 1980, del movimiento polaco Solidaridad que, como dice el texto de las Naciones Unidas, “basado en los ideales de solidaridad, se convirtió en el motor del cambio que llevó finalmente a derribar el muro de Berlín y desembocó en el renacimiento de la democracia más allá del telón de acero”.

No se puede negar que estas ideas han “calado hondo” en amplios sectores de la sociedad, que asumen, a su vez, la responsabilidad de orientar este proceso inexorable hacia una globalización bien entendida. La importante acción solidaria ya existente ha recibido en los últimos años un fuerte impulso. Se han visto ampliados los objetivos y se han abierto nuevas posibilidades, modos y maneras de participar en proyectos solidarios. Además, se han incrementado los medios económicos públicos y privados puestos a su disposición. El Gobierno de Navarra ha acogido este impulso social y ha destinado más de 190 millones de euros a la Cooperación al Desarrollo en el período de 1992 a 2008, a los que habría que añadir las cantidades aportadas por los propios ayuntamientos.

Lo cierto es que hasta ahora nunca se había insistido tanto, desde distintos ámbitos, en la necesidad de establecer relaciones solidarias entre las naciones. El número de ONGs ha experimentado un crecimiento significativo, y en Navarra existen un centenar de entidades, hecho que, entre otras razones, favorece que sean muchísimos más los ciudadanos que de una manera personal y directa se implican en iniciativas de esta naturaleza.

Esta implicación activa, en mi opinión, contribuye de modo importante a la consolidación del movimiento solidario, pues nos permite conocer con más amplitud el sentido profundo de la tarea que se realiza. Estoy seguro de que su testimonio no deja de sorprender a buena parte de la opinión pública al afirmar que es más lo que reciben que lo que dan.

Quienes tienen esta convicción y practican la empatía nos descubren la íntima relación que existe entre solidaridad y convivencia. Es decir, que la solidaridad pasa por un compromiso personal que va más allá de una generosidad mal entendida: comprender al otro, hacerme cargo de la conducta ajena, conciliar puntos de vista culturales, romper barreras…y, por supuesto, no imponer mi modelo de vida. Su experiencia los convierte, sin duda, en mediadores necesarios, en educadores sociales, si pretendemos desde la solidaridad garantizar la convivencia en una sociedad tan multicultural como la nuestra.

Por otra parte, debemos reconocer que la intervención de los medios de comunicación ha sido decisiva para alentar esta toma de conciencia social. Raro es el día que la prensa local no se hace eco de acciones solidarias diversas. O de noticias que recogen, pongamos por caso, el drama humano, el aldabonazo que representa para nuestras conciencias la llegada de cayucos a nuestras costas. Algo “muy grave” debe estar ocurriendo en esos mundos para que tantos seres humanos se muestren indefensos en relación a sus recursos materiales y personales.

En mi opinión, muchas cosas tienen que cambiar en las relaciones internacionales. No obstante, quiero detenerme, esperanzado, en un ejemplo concreto por lo que supone de cambio histórico en los conceptos y en las estrategias. Me refiero a los acuerdos alcanzados en la II Cumbre Unión Europea-África, celebrada los días 8 y 9 de diciembre de 2007 en Lisboa. Un plan de acción para tres años, 2008-2010 en el que los dirigentes europeos y africanos se comprometen a mantener un “acuerdo entre iguales” en cuestiones tan decisivas como la inmigración, el comercio, la paz, la seguridad, los derechos humanos, el cambio climático y el desarrollo. Pasar del “para” África al “con” África.

Pero sería lamentable tener que pensar que los seres humanos necesitamos de “sensaciones fuertes” para salir del letargo, de la indiferencia, de la comodidad por la que discurren nuestras vidas. Porque, es indudable que todavía existen amplios sectores que sienten lo que yo me atrevería a denominar el “vértigo de la solidaridad”, poniendo de manifiesto que tenemos por delante una importante labor educativa que realizar. Formar a los niños en valores de amistad, generosidad, respeto a los demás y responsabilidad harán posible una sociedad más solidaria.

En un mundo como el nuestro, cada vez más globalizado y capitalista, son muchas las desigualdades sociales. La globalización no puede tener como consecuencia el incremento de la brecha entre la riqueza económica de unos pocos y el crecimiento de la pobreza de muchos. Y no podemos olvidar que la experiencia nos dice que pobreza y conflictos armados van de la mano. La guerra es la forma extrema de insolidaridad.