Opinión

La canción del pirata

Hace unos días el presidente del gobierno de España realizó unas declaraciones en las que manifestaba que: “mi patria es la libertad”, refiriéndose al trámite del estatuto catalán y la denominación de Cataluña como nación. Nada más escucharlo vino a mi memoria, como imagino que a la de muchos españoles, la “canción del pirata” de Espronceda cuando decía “Que es mi barco mi tesoro, que es mi Dios la libertad, mi ley la fuerza del viento, mi única patria la mar”.

Resulta que ZP es un romántico del siglo XXI con todas las connotaciones que ello conlleva: subjetivismo, exaltación de la personalidad individual, oposición a las normas clásicas, sentimentalismo, predominio de la fantasía y ausencia de espíritu práctico. Un cóctel poco apropiado para quien dirige los designios de nuestro país. Es inaceptable que temas tan trascendentales se traten de una manera tan frívola y pueril como si se tratase de un adolescente contemplando una puesta de sol.

¿Cómo puede un presidente del gobierno de España, que juró defender la constitución, hacer demagogia con los conceptos de Patria, Nación, Estado y Constitución? España es lo que es y no lo que a algunos les gustaría que fuese. El presidente del gobierno no puede auspiciar y promover situaciones de confrontación entre territorios que sólo persiguen la fragmentación de España olvidando el principio fundamental de consenso en la Constitución del 78: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”.

Cuando el parlamento del País Vasco remitió a las Cortes su nuevo estatuto (Plan Ibarretxe) no se admitió a trámite, a pesar de que contaba con la mayoría suficiente, porque era claramente inconstitucional. Ahora el parlamento de Cataluña presenta su nuevo estatuto y el partido en el gobierno (PSOE) no manifiesta su rechazo igual que hiciera con el vasco, sino su intención de admitirlo para poderlo retocar y acomodar a la constitución. Ambos estatutos persiguen y manifiestan las mismas intenciones, lo único que les diferencia es que en el caso catalán ZP comprometió su palabra de apoyar y aprobar el estatuto que saliese del parlamento catalán. Lo razonable sería devolver el estatuto a Cataluña y que lo presenten cuando todo su articulado sea conforme a la Constitución, por coherencia, justicia y por no crear agravios comparativos o expectativas a otras autonomías.

Produce sonrojo y profunda preocupación que, en lugar de tener al timón de España un hombre de estado, figure algo tan indefinible y etéreo, vacuo de los principios más elementales que deben conformar a un político de ámbito nacional. El protagonismo personal, con el único objetivo de aferrarse al poder a cualquier precio plegándose a las exigencias nacionalistas, no puede anular al pueblo español que es quien verdaderamente posee la soberanía nacional. Quien ha sabido, desde la irresponsabilidad, generar problemas que no existían abocándonos a un futuro incierto y complicado, por su ineptitud debe dimitir o disolver el parlamento y convocar elecciones anticipadas. Que sea el pueblo soberano quien decida el destino de su patria.

En un mundo globalizado, donde la unión de los Estados los hace más sólidos y competitivos y se eliminan fronteras políticas y económicas, es anacrónico el intento de fragmentar una nación sobre la base de derechos históricos inexistentes, conscientes de vulnerar e ignorar los verdaderos derechos históricos de todo el pueblo español y de la Nación Española. En los últimos tiempos hemos podido comprobar como estados consolidados, con un nivel de bienestar social elevado, se han dividido en pequeños estados con el perjuicio general para todos sus habitantes, cuando no han terminado en guerras civiles fratricidas. El nacionalismo por principio es excluyente y egocéntrico, pero no es el único responsable de la actual situación. Se suele decir que el que siembra truenos cosecha tempestades y algunos políticos de nuestro país se han dedicado permanentemente a buscar la confrontación alardeando y promocionando el efecto ZP del talante sin medir las consecuencias de la insensatez. Los diputados que juraron defender la Constitución no la pueden quebrantar utilizando argucias de procedimiento, como es el estatuto catalán, olvidando al pueblo soberano al que representan. La inmensa mayoría de los ciudadanos están en contra del lío nacionalista, primero el plan Ibarretxe y ahora el estatuto catalán, y rechazan cualquier aventura o experimento que pueda fraccionar España y romper la convivencia.