Opinión

Irán es mucho más que el norte de Teherán

Tras las elecciones presidenciales de la pasada semana y mientras la incertidumbre se mantiene, se repiten errores y análisis simplistas del pasado. Los medios occidentales, en su mayoría, parece que siguen confundiendo sus propios deseos con la compleja realidad de Irán.

Los acontecimientos que se están produciendo en Irán pueden obedecer a muchos motivos. Hay quien defiende que estamos ante un pucherazo electoral (los mismos que alababan la alta participación y ahora presentan unos datos que la dejarían en su mínima expresión) e, incluso, se habla de un golpe de Estado o de maniobras por parte de las «familias ideológicas». Todo para que la realidad no acabe enturbiando una noticia prefabricada.

Son los mismos que dan lecciones de «democracia» ante realidades lejanas a las suyas y que tienen la mayoría de sus fuentes en la opulenta zona del norte de Teherán, y ocultan al mismo tiempo algunas de las claves para entender lo que ocurre.

Estas elecciones han variado algo respecto a las anteriores. Si bien la mayor parte del proceso ha seguido un guión similar, sobre la base del «Estado de Derecho iraní», las urnas contaron con más observadores locales que nunca, haciendo muy difícil un pucherazo a plena luz del día. Pero hay otros aspectos que tampoco se han querido mostrar y son importantes a la hora de afrontar el resultado final.

Existían diferentes sondeos que apuntaban a una victoria de Mahmud Ahmadineyad (las movilizaciones de sus seguidores han superado con creces a las de sus rivales,incluido Musavi) y en los debates televisivos previos a las elecciones el actual presidente «propició un soberano repaso a sus oponentes». Haciendo gala de su habilidad dialéctica y política (lo que nunca se menciona a la hora de demonizarle) ensombreció a sus oponentes, y supo aprovechar la alianza en su contra para salir victorioso.

Ahmadineyad señaló ante las cámaras que no se enfrentaba a Mousavi, sino a una triple alianza de éste con Jatami y el odiado Rafsanjani, apodado el tiburón y que es la segunda persona más poderosa del país, al que tachó de claro ejemplo de «corrupción parásita y despotismo».

Y aquí asoma el eje central, la lucha por «el dinero, el poder y el petróleo». Un escenario sobre el que siempre sobrevuela la llamada «mafia del petróleo», que la población no duda en identificar con el clan de Rafsanjani. Los sectores económicos opuestos a la política de Ahmadineyad, que cuestiona el control que aquellos han ejercido en los ámbitos de comercio internacional, educación privada y agricultura -que el propio Rafsanjani controla a través de todo un imperio-, no han dudado en aprovecharse de la coyuntura ofrecida por el Musavi.

Sin embargo, la alianza contranatura formada en vísperas electorales, sin ninguna alternativa constructiva más allá del rechazo a Ahmadineyad y a lo que éste pueda representar, no ha logrado calar entre la mayoría de la población. Las capas más desfavorecidas, la clase trabajadora y el campesinado aún recuerdan los más de cuarenta comunicados que en el pasado emitió Rafsanjani contra Mousavi.

Además, el mal llamado candidato reformista, ha tenido que combinar los deseos de las clases altas de la sociedad con los intereses de los empresarios y del bazar. Su apuesta mediática, el apoyo de sectores jóvenes y las lecturas de internet podían apoyar las crónicas escritas desde Teherán, sin embargo, como reconocía con ironía un iraní, «internet y sus derivados tienen poco que ver con la mayoría de la población, campesinos y trabajadores, que no tienen mucho tiempo para, tras su jornada laboral, navegar en la red en cualquier cibercafé».

Para buena parte de la sociedad iraní, Ahmadineyad representa los valores de la anticorrupción, el populismo y una «piadosa religiosidad». Su imagen humilde (se niega a vestir traje y no se ha trasladado de la vivienda modesta donde vive y que heredó de su padre) unido a su firmeza dialéctica contra los que él considera enemigos externos e internos del país, y ante los que no ha querido rebajar el tono de sus críticas, generan una gran empatía entre las masas iraníes, que no dudan en apoyar «al hijo piadoso de un herrero».