Opinión

Huelga esa huelga

Da risa, sí. Cada vez que se oye hablar de la convocatoria de Huelga de ese miércoles 29 entra la risa floja, porque la ídem, huelga, sobra por completo.



Parece más bien una broma macabra, un insulto a la inteligencia, una lección de hipocondría colectivamente absurda. Un gesto arrogante. Y la ironía subyace en la gravedad de la situación que estamos padeciendo.



Ver a un presidente del gobierno que en foros internacionales asegura que el parado que está recibiendo un curso de formación es un gudari del país que le alimenta a fondo perdido, denota hasta qué punto el error de apreciación está en el origen: ¡Con incompetentes de este calado es imposible un análisis, una respuesta ante un problema concreto! Y, por su parte, la de los sindicatos es la queja del niño sin paga, la llorera del bebé que mama sin pestañear, mientras la Madre pasa un hambre de postín.



Estamos rodeados de dirigentes que miran el dedo al señalar la luna en la que nos encontramos y, entre tanto, la sociedad se lame sus problemas con el más absurdo de los silencios, con la más doliente de las apatías, con la mayor indiferencia.



El día 29 deberíamos salir a la calle pero a exigir una reflexión colectiva, no movilizar (o intentarlo) a las masas para justificar el mantenimiento de las prebendas. Hagamos huelga para que nada cambie, que con los subsidios alimentarán el fuego del hogar de hoy, pero apagarán la hoguera de un mañana dormido que nadie sabe cuándo ni cómo despertará. Con este intenso y crítico San Martín, en ese día de San Miguel, sólo queda convocar al carente sentido común.