Y quisiera morir cuando ya tenga siempre
mi sangre dolorida en otras encarnada,
y que mi corazón sea semilla pura
que florece su flor en lo alto de otra rama.
Porque entonces, Señor, mi trono seco y roto
sin sabia ya, se irá, se irá a la nada,
más ellos por tú voz, libres y alimentados
seguirán por las ramas más altas de mi vida,
y al paso de los años mi madera de hombre
sobre el desierto suelo caerá por tí talada,
y mi carne renacida, ya tierra para siempre
y de ella brotarán más frutos y más ramas.
Así podré vivir en mis hijos y nietos,
podré llegar a tí por tus limpias palabras
podré llorar tu nombre, siempre podré soñarte,
vivir hoy y mañana en sus hondas entrañas.
Por si no es así, si mis venas se ciegan,
si los ríos de mi sangre que te cantan heridos
nunca van a encontrarte, porque entonces los muertos,
muertos son para siempre. Con la muerte acaban.