Opinión

Hacia dónde caminar (II)

En el artículo anterior, hablábamos de distintas maneras de estructurar los estados, en éste las vamos a profundizar.

Los estados necesitan apoyarse en verdaderas comunidades, y éstas en sentido realista, se encuentran en las antípodas de cualquier tipo de colectivismo. Las sociedades, con estados no extensos, se apoyan en el activismo de numerosas redes sociales: de asociaciones de voluntarios, de gobiernos locales, de una gran variedad de instituciones y de iglesias. Los ciudadanos trabajarán por mantener una comunidad participativa, que necesitará de un voluntariado activo y que facilita así su responsabilidad individual.

Hoy son muchos los que sueñan con un tipo de sociedad donde no se deleguen tantas cuestiones relevantes de la vida, en unos estados que nos controlan desde la concepción hasta la tumba. Cuanto menor sea el papel del Estado, se necesitará más del altruismo privado, que deberá respetar y no interferir, en tantas cuestiones. En los actuales Estados extensos, los ciudadanos soportamos un elevado colectivismo (con más impuestos, más funcionarios, más interferencias y muchas ineficiencias) que perjudican seriamente nuestra libertad y nuestra economía.

Las personas tenemos distintas aspiraciones y problemas. Sabemos que cualquier innovación política puede ser beneficiosa, o destructiva. Toda institución necesita cambiar de tiempo en tiempo, pues las circunstancias de las sociedades, donde desempeñan su papel, cambian. Pero la experiencia nos dice que un cambio suave es la mejor manera de conservar la sociedad. Por ello, hay que procurar que los necesarios cambios de nuestras vidas, estén inspirados por nuestras trayectorias sociales y morales. La experiencia nos enseña que los hombres y las mujeres alcanzan el máximo grado de felicidad cuando sienten que viven en un mundo estable, necesariamente avalado por valores.



Hay que respetar a los demás, aceptando la gran diversidad social, ya que no se trata de imponer valores morales a los demás. Otra cosa es aceptar todos los principios inspiradores de nuestras sociedades democráticas occidentales, desde los cuales hemos organizado el estado y la convivencia, que hoy podemos resumir en la separación de poderes, los derechos humanos, etc., que todos, también los emigrantes, debemos acatar.



Apoyar un Estado no extenso, le conveniente a todo tipo de personas, al margen de su posición económica. Siendo a los de menor peso económico, a los que más les puede interesar, desde el que se garantizará su libertad, su seguridad personal y el de su hogar. Se les protegerá para que tengan derecho a los frutos de su trabajo y la oportunidad de dar lo mejor que llevan dentro. Los impuestos no serán confiscatorios. Posibilitará que tengamos derecho a una personalidad en la vida, y el derecho a un consuelo en la muerte. Respetará la practica religiosa, tanto privada como pública, dentro del estado no confesional, y lejos del laicismo radical que parece que intenta arrinconar la fe religiosa. Vivir en una sociedad menos intervencionista produce un verdadero placer, el de las virtudes privadas y el de las satisfacciones sencillas de los hombres.



En los Estados más extensos: nos sobreprotegen, en Educación, en Sanidad, en tantas cosas, mal acostumbrándonos, nos convirtieron en flojitos. No nos prepararon para cuando viniesen mal dadas, como ahora con la crisis, y así muchos hoy difícilmente soportan las dificultades. Nunca nos dicen lo que cuestan los servicios públicos -demasiado costosos en general-, normalmente están siempre dispuestos a ampliarlos, al margen de los costes iniciales y obviando los de mantenimiento.



Desean ciudadanos aplaudidores, permanentemente aniñados, y una sociedad civil débil y subvencionada. Los políticos piensan por nosotros, y nuestro papel se limita a pagar impuestos y a no incordiar. Ante este panorama no es de extrañar que la inmensa mayoría de los jóvenes aspiren a ser funcionarios.



En los Estados menos extensos: necesitan y potencian la participación ciudadana, apostando por servicios eficaces, con el menor coste posible y por ello muchos están privatizados. Necesitan también de la voluntariedad ciudadana gratuita (bomberos, comedores sociales, apoyo educativo de Padres). Lógicamente los ciudadanos son menos aplaudidores, tienen mejor aptitud para el trabajo individual y en equipo (al practicar deportes y excursionismo montañero).



Una sociedad así produce un mayor número de emprendedores, que no quieren ser funcionarios, evitándose un ¡trabajo aburrido! Tienen una mejor aptitud y disposición para la investigación, en centros privados.



La sociedad civil es más sostenible, menos subvencionada y más critica con el poder. A los políticos se les da un menor papel. Los ciudadanos conocen que la moral personal es lo principal, y saben que desde las instituciones no se educa, y sí se educa desde las familias, las iglesias y las asociaciones privadas.