Opinión

Fósforos de Cascante

En el segundo tercio del siglo XIX en Francia es cuando irrumpe con fuerza la revolución de la “cerillas fosfóricas”, posibilitando el acceso de todas las capas de la población a una forma sencilla y barata, con la utilización de las cerillas fosfóricas. Etimológicamente “phos” en griego significa Luz y “phero” portar, de ahí “fósforo” como portador de luz.

Fue gracias al guipuzcoano Pascasio Lizarbe que había aprendido el oficio en Francia, el que llegó a Cascante en 1835 en búsqueda de personas interesadas en formar compañía para fabricar cerillas fosfóricas, después de un fugaz paso por Irún y Hernani, donde intentó con poco éxito montar una industria basada en unos pequeños obradores que no llegaron a cuajar.

En Cascante se unió con Ángel Garro e iniciaron la primera fábrica bajo la razón social de “Ángel Garro y Compañía”. Se puede decir que esta es propiamente la primera fábrica española de cerillas fosfóricas, donde pronto se dio a conocer con famosas series de cajas de cerillas, con temas muy variados como: Oradores de las Constitucionales, Toreros, Generales Carlistas, Payasos, Bailarinas, Literatos, Rostros femeninos y un largo etc. En Cascante se conocía a esta empresa como la de los “carlistas”, por la adscripción política de los Garro.

Años más tarde, en 1848, fue mi familia la que montó la “Gran Fábrica de Cerillas Fosfóricas y Bujías Estéricas” con razón social de “M.M. de Guelbenzu e Hijos”. Mi tatarabuelo Martín María Guelbenzu hizo que su hijos Martín Enrique estudiase ingeniería en Lieja y Miguel María se licenció en Química por la Universidad de la Soborna en París, a la vuelta de sus estudios impulsaron la modernización de la fábrica que llegó a alcanzar un desarrollo importante, llegando a contar con 140 trabajadores. La fábrica de los Guelbenzu se conocía como la de los “liberales”, por la pertenencia política de la familia al partido de Sagasta.

El rey consorte Don Francisco de Asís, mostró su deseo de visitar Cascante, cuando estaba –verano de 1864- tomando los baños termales en Fitero, motivado en parte por la curiosidad de conocer sus fábricas de fósforos. Las autoridades bajando de visitar el Romero, le llevaron a visitar la fábrica de Guelbenzu, donde recibieron toda clase de explicaciones del proceso de producción. Cuentan que un acompañante del séquito, se quemó la mano al tocar de manera imprudente el fósforo de un obrador.

Con la comercialización de las dos fábricas cascantinas los Fósforos de Cascante, que se encienden al instante, alcanzaron una gran notoriedad en toda España, durante setenta y cinco años no dejaron de fabricar y alumbrar a numerosos conciudadanos de aquí y de ultramar. Se conoce que más de un amante con mal de amores, utilizó los fósforos como medio de terminar sus días, poniendo a disolver las cabezas de las cerillas de una caja, en un café y bebiendo posteriormente dicha pócima, lograban pasar así a mejor vida, por el envenenamiento del fósforo, de tal manera que una conocida romanza de Zarzuela, decía:

“¡Que se envenene un amante

porque haya perdido el seso,

que tiene que ver con eso,

los fósforos de Cascante!”