Opinión

Espíritu Navideño

En estas fechas tan entrañables, al calor del hogar, rodeados de familiares y amigos, despedimos al año que nos deja y damos la bienvenida al nuevo. Entre tanta celebración es difícil encontrar un momento de sosiego y tranquilidad para reflexionar sobre la navidad.

Las raíces cristianas de nuestra sociedad se respiran en cualquier rincón de nuestros pueblos y ciudades engalanadas con motivos navideños. Se prodigan las luces de colores, los árboles decorados, los belenes y los múltiples adornos que embellecen calles y plazas. ¡Es navidad! Celebramos el nacimiento de Jesucristo.

Estos días nos invitan a la solidaridad con los más necesitados, a reivindicar la paz como el mejor entorno de convivencia, a ver en las discrepancias puntos de encuentro, al perdón y la reconciliación, en definitiva a impregnar nuestras vidas del mensaje cristiano de la navidad: el amor. Quizás este mensaje tan sencillo se diluye entre tanto boato de colores y el afán consumista que nos devora cabeza y bolsillo, quedando la navidad reducida a la simplicidad de lo material relegando a un plano casi imperceptible el sentimiento espiritual. Las prisas de nuestro mundo, el trabajo y las obligaciones, nos dejan poco tiempo para la interiorización personal. Pararse a pensar es punto imposible en nuestra realidad cotidiana; cuánto más difícil adentrarse en los vericuetos de la oración, práctica olvidada por la mayoría de los cristianos.

La navidad es un buen momento para hacer balance del año, para coger fuerzas y encarar el futuro con ilusión, para asentar los valores cristianos en nuestras vidas y transmitirlos a quienes nos rodean, para hacer que el espíritu navideño sea nuestro guía durante todo el año y que todos los días sean navidad.

Son tiempos difíciles para los cristianos creyentes acosados desde el propio Estado con la imposición de una laicidad intolerante e intentando reducirles a la mínima expresión. Por eso es importante vivir la navidad con plenitud cristiana afianzando los valores y las creencias. Ahora más que nunca los valores cristianos se hacen imprescindibles en una sociedad sin rumbo, cuyos jóvenes embriagados por el espíritu consumista están perdiendo el norte, y los mayores, habiendo olvidado los valores que aprendieron en su niñez y juventud, se ven impotentes; conscientes de que sin valores y sin moral sobreviene la decadencia de la sociedad y su destrucción.

¡Que el espíritu navideño sirva a cada uno para, desde la meditación reposada, intentar ser buenas personas y mejores cristianos.