Opinión

El triunfo de la razón

El derecho que todos tenemos a la vida propia se sustenta en la obligación que todos tenemos de respetar la ajena. Todos debemos cumplir con las mismas obligaciones para que a todos nos asista el mismo derecho. Sin color, condición, cuna, religión ni altura capaces de escapar al binomio siempre complementario derechos-obligaciones. Y quien no cumple con esta primera obligación de respetar la vida ajena ha de apechugar con las penas que las leyes establecen (las leyes que entre todos nos hemos dado). Esta es la fuerza de la razón. Puro sentido común, pura norma de convivencia en una sociedad civilizada. Más aún, en una sociedad como la nuestra que rige su convivencia mediante un estado de derecho, ciertamente perfeccionable, pero el mejor de los hasta ahora ensayados (y esta vieja sociedad a la que pertenecemos ha ensayado ya unos cuantos).



Javier Martines Llort (Javi) tenía también derecho a la vida, como todos, y quien o quienes se la arrebataron mediante la razón de la fuerza tenían también, como todos, la obligación de respetársela. Pero no lo hicieron. Es lógico, pues, que ahora tengan que apechugar con todas las consecuencias que las leyes reservan a quienes incumplen esta primera obligación. Y reclamar Justicia es lo apropiado en quienes sienten quebrantado tan primer derecho.



Sucede que, cuando es el derecho a la vida el que no ha sido respetado, muchas veces, demasiadas veces aún, al calor de la sangre recién derramada surge el ojo por ojo, y a la más que justificada petición de Justicia suele acompañarle, como un escalofrío, el juramento de venganza. Esto no ha ocurrido con la familia ni con los amigos de Javi.



Es más, expresamente han rechazado cualquier tipo de venganza y, aún sabedores de que nada ni nadie les ha de restituir lo arrebatado, la vida de Javi, han solicitado que la Justicia que entre todos nos hemos dado caiga sólo (eso sí, con el máximo rigor) sobre los causantes de su muerte.



Otra vez el triunfo de la razón, ahora mediante un comportamiento de dignidad y grandeza que les honra. Les honra a ellos y nos deja a todos, a los que formamos parte de Tudela y La Ribera y queremos a esta tierra como nuestra, un sentimiento de gratitud que yo, públicamente, quiero expresar.



Con vuestra honorable actitud habéis colocado una piedra más, y bien firme, en la difícil tarea de enlosar el camino de la sociedad y liberarla así del barro de la barbarie.



El recuerdo de Javi será aún mayor y aún más grato porque quienes más le habéis querido supisteis estar muy por encima de los miserables que os lo arrebataron.



Gracias por vuestro testimonio cívico.