Opinión

El relativismo, una plaga

El problema más importante entre los muchos que tenemos, es el moral, y necesitamos afrontarlo para solucionar bien el resto.

Por causa del relativismo moral un sector de la izquierda desatina en sus juicios que, por menospreciar la cultura europea, no defienden los valores occidentales que son una síntesis de la filosofía griega, del derecho romano, junto a la moral judeocristiana. Parece como si las ayudas a países en desarrollo; el desarrollo espectacular de la ciencia, de las técnicas y de las artes; el respeto a los derechos humanos; la separación de poderes y, por supuesto, el papel positivo del cristianismo, ya no fuesen cosas por la que debamos sentirnos orgullosos.



Hoy, muchos europeos no creen que nuestra cultura merezca ser defendida. Tienden a ceder ante cualquier postura extremista con fuerza suficiente, así presenta síntomas de debilidad frente al islamismo radical, que cada vez tiene más fuerza ideológica. El deterioro de la calidad democrática en Europa es hoy ya un hecho, derivado en parte de este relativismo. En nombre de la tolerancia, la democracia y la paz, este relativismo intenta sofocar toda disidencia moral o política en la conciencia humana.



En España, cualquiera que tenga opiniones distintas a la de la mayoría social o parlamentaria, a la mínima es acusado de intolerante, o de fascista. Acordémonos del pasado espectáculo en “defensa de Garzón”, con torticeros argumentos guerra civilistas, con escaso respeto por el estado de derecho, y encima han ido presumiendo de demócratas.

Propician en los demás un “complejo de culpa”, recalcando que nuestros valores están “contaminados” por haber sido utilizados en ocasiones para dominar y explotar a los débiles. No comprenden la raíz del mal, ni de la concepción del bien. Para ellos, parece que no hay nada por lo que merece la pena esforzarse o luchar, así argumentan que “los delincuentes son unos enfermos sociales a los que casi hay que pedirles perdón”. “Pagan rescates por pescadores y cooperantes, sin medir sus terribles consecuencias”, etc. Lo paradójico, es que han alcanzado un notable éxito, pues parte de la derecha acepta estas posiciones, envueltas bajo un manto de “buenismo”.



Exagerando los hechos, consiguen desfigurar la realidad, y la aprovechan para aprobar “ayudas” justificadas en supuestas y pasadas tropelías históricas, y así poderlas reparar hoy, subvencionando a tantas y confusas ONG, con mucho dinero, y así ellos aumentan su influencia y poder.

Saben que cuanto menos apreciemos nuestras señas de identidad, seremos más fácilmente moldeables, y no exigiremos unas condiciones democráticas a países terceros, si no creemos en nuestros propios valores. Nos machacan con ¡quiénes somos, para dar lecciones a nadie! y con ello eluden exigir la democracia en Cuba. Ellos consideran que tienen una superioridad moral sobre los demás, y no paran de utilizar mensajes maliciosos: sobre el cambio climático, la extensión de derechos a minorías, su sesgado pacifismo, o su acomplejado dialogo multicultural.

Todo lo apoyan en un laicismo mal intencionado, hace tiempo que renunciaron a cambiar el modo de producción capitalista, pero intentan ser hegemónicos en las ideas y valores. Por otro lado, mucha derecha ciega, sorda y tonta, sólo se ocupa en ganar dinero, dejando la cultura y sus valores en sus manos.

Al apoyar todo tipo de hedonismo consiguen debilitar, así, la dimensión espiritual del hombre. No dejan de atacar y ridiculizar todo lo que suene a antiguo, a católico, a valores morales, a la familia heterosexual, o por no aceptar el aborto como derecho.



Desconocen que “tradición” significa, transmisión del saber de una generación a otra, tan útil y necesario.



Raramente lo que exigen que se aplique a los gobiernos de derecha, quieren que se les exija a los de izquierda, su relativismo es pues “escorado”. Cuando viajan por países islamismos o del tercer mundo ponen a parir a Occidente, para luego volver a “sufrir” nuestra cómoda decadencia occidental.



Están conseguido que cada vez más europeos piensen que nada es verdadero, reduciendo el discurso político y moral a meros sentimientos u emociones. La verdad ha pasado a ser algo meramente subjetivo, ya que en nombre de la tolerancia y del respeto, no se hace sino alimentar un discurso lleno de nihilismo cultural, y así para ser tolerante no hay que pensar ni creer en la verdad, sino pensar y creer en “mi” verdad. Olvidan que el pluralismo necesita de conciencias libres, que puedan dialogar en la vida pública, sin que nadie deje los principios morales en su casa, ni que sus prácticas religiosas las circunscriban tan sólo al ámbito privado; en democracia debemos comunicarlos con los demás, con libertad y respeto.



Esta combinación de respeto a la verdad y de libertad para buscarla, es el fundamento último de la cultura y la democracia europeas.