Opinión

El opio de la mentira

Que los fumadores son una especie en peligro de extinción, nadie con unas dotes mínimas de observación lo dudaría. Y claro he dejado en infinidad de ocasiones qué pienso acerca de quienes fuman sin respeto ni educación en lugares públicos, pero en el caso de los aficionados al porro veo que están padeciendo una doble persecución, cuando menos ridícula...

Vivimos una especie de irrealidad, alegal, un tanto curiosa, en la que consumo y tráfico se diluyen de tal modo que por tener uno una maceta en casa, le pueden encarcelar, y amargar la vida en general.

Resulta que, en teoría, uno puede cultivarse su cannabis sin ser traficante, pero tenemos a la Policía Foral patrullando los campos en helicóptero como si las huertas y los maizales de la Ribera fueran Colombia. ¿Será que no pagan IVA por las semillas? Y la cuestión provoca risa, cuando no la ironía de pensar cuánta preocupación asalta a nuestros mandatarios de Interior, que no paran por impedir que la gente se fume su hierba, mientras ese caballo blanco que es el polvo de la verdad anda galopando por nuestras localidades a pierna suelta, destrozando familias y a jóvenes, sin que a nadie parezca preocuparle en exceso.

La Religión era el Opio del Pueblo Trabajador en los tiempos de Marx. El Fútbol en el de Franco. El miedo para la época del intelectual del Petróleo llamado Bush. Y ahora que nos gobierna un zoquete de ojos saltones, parece que perseguir al “delincuente” que se cultiva sus porritos, es la limpia forma de salvar la cara por una sociedad abandonada a su suerte, con una “hierba” que es el opio de la mentira.