Dialogar con la cabeza y el corazón

Si oímos la radio, o vemos la tele, el panorama es desolador. El maniqueísmo más atroz reina sobre la vieja piel de toro. Los unos acusan a los otros de que ZP nos lleva a la ruptura de España; fomenta el independentismo catalán; la ruptura de las familias; la persecución de la religión; la perpetuación de la crisis económica, etc. Los otros acusan a los unos de no ser solidarios con el gobierno para salir juntos de la crisis; de que lo que no aceptan en el estatuto catalán, lo aceptan en el caso valenciano o andaluz; de que son unos oportunistas con el tema del aborto, pues mientras gobernaron, no cambiaron nada; etc.



Nadie sensato alberga ninguna duda de que la colaboración de los dos grandes partidos -socialistas y populares- es necesaria para garantizar el futuro de España.



Deberían abandonar tanto maniqueísmo, que no conduce a ningún lugar: la derecha todo el día con lo de España se hunde, Europa será musulmana, El PP nos ha vendido, dan muchas de las batallas por perdidas, antes de emprenderlas; los socialistas, anatematizando a todos los que se le oponen, que los califican de ultra católicos, homófonos, responsables de la crisis por liberales, etc.



Todo el mundo en democracia, debe de dar la batalla de las ideas, pero se debe exigir que se argumente correcta y educadamente. Se habla demasiado para los convencidos, tipo mitin, pero no para los muchos que les quedan por convencer. Hay que confrontar ideas, hay que dialogar, e intentar acercar posiciones entre las dos grandes opciones, aunque hoy no sea factible. Hay que crear las condiciones para hacer el acercamiento posible, el día de mañana. En esto consiste la política, como el arte de lo posible.



Detrás de tanto ruido mediático, de tanto insulto, y descalificación, existen unas innegables divergencias de fondo, que se iniciaron con la concepción rosseauniana, que llegó de la mano de la Revolución Francesa y que alcanzó su mayoría de edad con la aparición del socialismo



Es una concepción antropológicamente muy optimista, que apunta hacia la utopía. Cree en la bondad natural del ser humano. Tiende a construir sociedades donde el poder del Estado es cada día mas extenso, llegando a inmiscuirse en muchas facetas de la vida de los ciudadanos y, lógicamente, soportando un gasto público muy elevado.



La otra concepción, la conservadora, nacida desde el pesimismo antropológico, subraya su convicción de que el ser humano es una especie imperfecta, que por su propia naturaleza tiende hacia el mal, y que gracias a la educación y a la religión puede caminar hacia el bien.



Históricamente ha defendido frente al poder: la libertad de religión, la de una justicia independiente, y el respeto de la propiedad privada. Para defender estas libertades el ciudadano normal necesita defenderse del Estado, que debería ser, no muy extenso y sometido a un sistema de control, con frenos y contrapesos, como es el caso de la constitución de Estados Unidos. Para ello potencia el asociacionismo voluntario y huye del asociacionismo obligatorio, no confiando excesivamente en el Estado.



Hoy con un Estado camino de la bancarrota, con más de cuatro millones de parados, para salir de la crisis económica, todas las Administraciones deberían de reducir sus gastos, y habría que acometer reformas estructurales. Esto no será posible sin un gran acuerdo PSOE-PP, que también salve a la educación de sus gravísimos niveles de fracaso escolar.



Junto a una aptitud positiva para acordar los grandes temas, se deberían acometer estos, desde el cuidado con el que se debe cambiar siempre las cosas. A ser posible desde la mesura y la reflexión, partiendo de que nadie tiene el monopolio de la verdad.



Las normas son absolutamente indispensables para la convivencia. Además éstas deberán reformarse siempre desde el principio de la prudencia. Tanto Platón como Burke apoyaron la necesidad de la prudencia, huyendo de la búsqueda de logros inmediatos o de los aumentos rápidos de popularidad -que tanto gustan a los políticos- y que muchas veces son tan perjudiciales. Para avanzar, solidamente, es necesario pensar en profundidad, antes de acometer los cambios.



El corazón de las personas sufre mucho con las reformas súbitas y agresivas, ya que producen tanto desasosiegos como incertidumbres.