Opinión

Día de Europa, ¿tenemos algo que celebrar?

El 9 de mayo se celebra el Día de Europa, en recuerdo de aquel 9 de mayo de 1950 en que Robert Schuman presentó la propuesta que originó la primera Comunidad Europea. Ante esta fecha surge la reflexión de si, para Navarra, ha merecido la pena formar parte de este proyecto europeo.



La Unión Europea ha supuesto un conjunto de cambios en la realidad económica y empresarial de la Comunidad foral. Por ejemplo, el euro ha incrementado el nivel de precios de la cesta de la compra. Con independencia de lo que indiquen las cifras de IPC durante estos años, la ciudadanía, al menos, tiene esa sensación. Todo cuesta más con el euro.



Por otro lado, nuestras empresas se enfrentan a competidores de otros países, con mano de obra más barata, como es el caso de la Europa del Este, así como a la posible deslocalización de las compañías multinacionales hacia estos países. El sector agroalimentario, y en particular, algunos productos son prisioneros de una política agraria común que prioriza en ocasiones la oferta de otros estados miembros o lleva a la producción de excedentes. El caso del vino o de las cuotas lácteas son claros ejemplos de esta complicada situación.



En tercer lugar, la política económica y monetaria se dirige al conjunto de los socios de la Eurozona, en la que determinados países, como Francia o Alemania, lideran las decisiones en estos ámbitos. Además, la política económica favorece la liberalización de determinados sectores económicos, como puede ser el caso de la competencia de las grandes superficies al comercio minorista derivado de la aplicación de la directiva de servicios. Por otro lado, la política monetaria no se adapta a situaciones particulares, como es el caso de Grecia, o el de España, sino que la fijación de tipos de interés se ajusta a la realidad alemana o francesa.



En definitiva, desde la perspectiva de desarrollo económico, diferentes factores hacen dudar del acierto de nuestros políticos en la firma del Tratado de Adhesión en 1986. No obstante, en mi opinión, pienso que fue una decisión acertada. Son varios los argumentos que me llevan a esta conclusión, y que me gustaría explicar a continuación.



En primer lugar, en relación a la moneda única y su efecto sobre los precios. Pienso que la reflexión no puede basarse en la comparación del escenario actual frente a la situación que vivimos hace casi una década, sino que debemos hacer un balance entre la situación vigente y cuál sería hoy nuestra realidad si hubiéramos decidido mantener nuestra moneda rubia. Los defensores de la moneda única indican que el euro hace desaparecer el riesgo de tipo de cambio, lo que facilita las exportaciones intraeuropeas. Además, en el caso concreto de España, ante las características específicas de la crisis y su envergadura en el conjunto del Estado, una moneda propia se habría visto indudablemente debilitada en la coyuntura actual. Es decir, en este sentido, la moneda única nos ha beneficiado.



Respecto a la libre competencia empresarial con otros países, es preciso traer a colación las teorías económicas de David Ricardo o del propio Adam Smith que indican cómo, a largo plazo, los países que más abren sus fronteras son los más beneficiados desde el punto de vista de desarrollo económico. Estas teorías demuestran que, en última instancia, cada país debe especializarse en aquello en que es más eficiente y comercializar con otros países el resto de productos y servicios, ya que ningún territorio puede ser “bueno en todo”, y en todo caso, siempre será más interesante que un territorio se especialice en aquello que genera más valor. Indudablemente, habrá casos particulares que se vean perjudicados ante esta solución, pero, en conjunto, parece probado que el bienestar aumenta con la apertura de fronteras y la implantación de políticas de liberalización económica.



Por último, en relación con la política económica y monetaria, si bien es cierto que una mayor autonomía nos beneficiaría ante la posibilidad de dar solución a situaciones concretas, no es menos cierto que es imposible “poner vallas al campo”. La globalización y las interrelaciones entre los distintos territorios que la tecnología provoca hacen necesarias unas políticas que den respuesta a los problemas de una economía interrelacionada.



En resumen, la Europa de las regiones parece un proyecto acertado. Prefiero creer que los principios y valores que generaron la idea de paz de Jean Monnet tras la segunda guerra mundial y ante la amenaza de una tercera valieron la pena. Y que, por tanto, tenemos motivos para celebrar el 9 de mayo, el Día de Europa.