Opinión

Del románico al barroco

Cuando uno viaja es curioso contemplar cómo, hasta los más laicos, cuando llegan al destino, lo primero que hacen es acercarse a conocer iglesias, mezquitas o sinagogas.



Resulta llamativo, como digo, porque si uno observa un poco a su alrededor, al viajar, lo que más le llama la atención es lo variopinta y compleja que es nuestra sociedad. Sin embargo, hasta los más modernos o esnobs gustan de acercarse a los templos para admirar, de esta forma, cómo está reflejado el pasado de ese destino, efímero y turístico, en el arte que acogen sus templos y edificios nobles, las más de las veces, religiosos, guste o no.



Al viajar, la curiosidad, el conocimiento de la realidad ajena, hace traspasar umbrales que en lo cotidiano resultan extraños o completamente ajenos. De modo que, para muchos, son las escapadas el único contacto anual con lo religioso, y con ese otro orden paralelo que representan sus fuerzas vivas.



Así, no se puede negar la impronta que la Fe ha dado a todas las sociedades. Y, a través de sus estilos arquitectónicos, la herencia que nos han dejado... El románico es tan bello e ilustrativo, como hipócrita, ostentoso y pedante aparenta el barroco. De modo que, por gótico que sea uno, acaba disfrutando de ese espectáculo que es ver la Fe humana representada en múltiples expresiones. Iconografía de formas de vivir y de sentir, que se hacen curiosas al hombre moderno, urbano y descreído, más ciudadano del mundo y hermano global, que siervo fiel de ningún Dios.