Opinión

Del Moncayo a Tudela

Allí en la cumbre, entre la nieve todos los años, cuando el mes de diciembre toca a su fin, de entre el hielo y los copos recién caídos, un viento de ilusión vuela hacia Tudela, esparciendo Navidad por “La Ribera”. Es Olentzero, el carbonero del Pirineo, que llega a esta tierra de donde la alcachofa y los cardos tiñen de un verde especial las huertas de los pueblos riberos, aquí los reyes de oriente llegan descendiendo desde los fríos del Moncayo, entre los campos helados y los almendros con sus brazos al cielo.



Desde el Moncayo, a las cuevas de Arguedas, la Navidad reparte penas y alegrías, porque es así, aquel día que nació Jesús, a unos, a casi todos, les trajo alegría y felicidad, pero no podemos negar que a algunos estas fechas les traen penas. Les traen recuerdos, les traen querencias de personas que no están, de quienes no volverán, por ello, la Navidad no es siempre felicidad para todos, pero lo que sí es, es esperanza. En las cuevas, bien habría podido nacer aquel Niño de Belén ribero. Un “Niño Jesús” ribero y, por supuesto, navarro. La verdad es que estaría bien. A más de uno se nos llenaría la boca de orgullo navarro, como una jota que llevase la letra de un villancico.



Este año, no será menos que otros; el Moncayo ya tiene su pico blanco. El llamado “obispo yaciente” cubre sus manos de blanco para que la Navidad descienda hacia Cascante llegue a Tudela y colme de felicidad una cueva de Arguedas y a toda su gran comarca.