El cambio de hora oficial, cada primavera y otoño,
trae a colación una retahíla de peros, matizaciones
y afecciones posibles que dan auténtica grima, las más de las veces,
por estúpidas, comodonas o repipis.
Sin embargo, sinceramente, al margen del ajuste bianual, cuando se plantea que la península debería contar con una hora menos que el resto de Europa, como las islas británicas y las islas Canarias, la idea debería contemplarse a conciencia y con más seriedad. Independientemente de que el cambio perjudicara, publicitariamente, a las 'islas afortunadas',
ya que dejarían de ser mencionadas en cada informativo horario.
De hecho, existe la llamada Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles y su Normalización con los demás países de la UE (web www.horarioesnespana.es) que está en plan más serio barajando el asunto,
y creo que el cambio, de producirse, mejoraría profundamente los ritmos y hábitos de vida en España.
Todavía muchos de nuestros mayores comen y cenan temprano, y almuerzan y meriendan en un horario más racional, heredado de su infancia más rural o prefranquista, en el que las horas se vivían como en el resto de Europa y el orden orgánico y laboral tenía más sentido y lógica que ahora, que terminamos las jornadas laborales a las 8 de la tarde.
Quizás un nuevo ritmo como el que supondría semejante revolución horaria reformaría un país como este, enquistado y atascado en vicios e ilógicas arengas. ¡Necesitamos una revolución, y la horaria sería la menos lesiva!