Opinión

Carta de los Estudiantes de Arte Dramático de la ENT

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Todo el mundo había pagado la entrada para ver aquella obra, y la habían pagado bien cara. Algunos decían que ya habían visto aquel espectáculo en otras partes, también en otros tiempos.

Cuando todos estuvieron cómodos en sus asientos empezó la función. Un respetuoso silencio se adueñó por completo del ambiente.

La expectación aumentó cuando el primer personaje salió a escena. A pesar de su clase y elegancia resultó ser algo cómico, pues se hacia llamar “Representante del Pueblo” sin saber lo que era “representar” ni lo que significaba “pueblo”, cosa que provocó carcajadas en el público.

El segundo personaje era un mago llamado Don Dinero, y su truco más logrado era aparecer y desaparecer. Desapareció de los hospitales y también de las escuelas; de las casas y de los teatros, y de muchos sitios más. Era lo que mejor le salía. Después aparecía por arte de magia en un tren de alta velocidad, en la banca y hasta en el mismísimo bolsillo de quien se hacía llamar “Representante del Pueblo”. La gente estaba perpleja intentando descubrir las maniobras del ilusionista.

Rompiendo la perplejidad y provocando cierta sorpresa, apareció en escena un tercer personaje, éste también apuesto y elegante. Se traía entre manos un proyecto titulado “Pamplona, Capital Europea de la Cultura 2016” que se dispuso a leer. Pasó una hoja y otra y otra, y no enunciaba frase alguna, hasta que el público se percató de que aquel proyecto no contenía más que páginas en blanco. Ante tan absurda visión, la gente empezó a reír sin contención alguna.

Pasaron minutos y más minutos; el tiempo no dejaba de correr. El público, cada vez más incómodo, esperaba ansioso que algo nuevo ocurriera en escena, pero los personajes se limitaban a repetir lo que ya venían haciendo.

Los resoplidos se transformaron en silbidos y el silencio se tuncó en voces que exigían la devolución del dinero de la entrada.

Los personajes se sorprendieron ante aquella reacción del público, pues el guión estaba concebido para adormecer al respetable.

La rebelión del patio de butacas transformó la obra, dotándola de vida. El público exigió ser escuchado, exigió la palabra, el derecho a ser partícipe. En definitiva, el derecho a ser.

Y en esa lucha de “ser o no ser” nos encontramos ahora, tanto el público como los actores y actrices de la Escuela Navarra de Teatro.

En estos tiempos de recortes, los personajes, los escenarios, los telones, los públicos y las almas temen que las luces se apaguen; temen al silencio y a las puertas cerradas.

Que no nos cierren. El teatro es alimento de primera necesidad, ya que alimenta el alma de las personas. El teatro se nutre de lo humano allá donde comunidad y humanidad se hacen uno; allá donde se teje la identidad colectiva; allá donde miles de miradas se encuentran en un sueño plasmado sobre el escenario; allá donde nace otra posibilidad de ser; allá donde se vislumbra la belleza; allá donde se celebra, se aprende, se escucha, se expresa, se comunica, se emociona, se imagina; allá donde la vida todavía es digna de ser vivida; allá en aquel lugar, en ese lugar…

 

“El teatro no puede desaparecer porque es el único arte donde la humanidad se enfrenta a sí misma” Arthur Miller