Opinión

Cada país tiene su historia

No resulta habitual, pero por una vez estoy de acuerdo con ZP. Québec, efectivamente tiene su historia. En 1774, Londres reconocía oficialmente los derechos del pueblo de Québec. Los derechos de los aborígenes (hurones, innus, mohawks, innuits...) nunca fueron considerados. Ya se sabe, el indígena no era sujeto de derechos. Al colonizador competía la misión de desasnarle y domesticarle (robarle o masacrarle); en otros términos, civilizarle. A partir de aquí, salvo algunas movidas de los soberanistas québécois, no hay efemérides destacadamente convulsivas en la historia de Québec. Las relaciones con Canadá, comparadas con los conflictos europeos de este cariz, han sido en general de guante blanco. ¿Será por la tópica flema inglesa? ¿Será por estar imbuidos de una educación más democrática y conciliadora? En cualquier caso (salvo en la nebulosa inicial de la colonización), de momento no parece que en el conflicto haya mediado la razón de las armas. Esto humaniza el proceso y racionaliza su resolución, sea la que fuere.

Ignoro si ZP hace depender el derecho a la nacionalidad de un pueblo de la densidad, de la longevidad o de las adversidades de su historia (desde la invasión castellana en 1512, nuestra historia está amasada con genocidios, engaños como el pacto de Bergara, sangrantes fratricidios como la guerra civil, torturas, etc.). De ser así, la de Quebec sería una nimiedad comparada con la de Euskalherría. Pero dudo que a los españoles les interese nuestro relato. Ellos, como vencedores, ya fabricaron el suyo.

ZP debiera saber que Navarra ya era un reino soberano (el estado político de toda Euskalerría) cuando Sancho III el Mayor otorgó a su hijo Fernando el todavía condado de Castilla. Díganos, sr. presidente, ¿qué tipo de historia se precisa para que un pueblo pueda optar a ser nación?

Yo se lo voy a decir. Ni siquiera sería necesaria una historia de rancio abolengo. Bastaría con que una mayoría de ese pueblo lo demandara. Ése, simplemente, sin Brunetes ni ruidos de sables, es el procedimiento que Montenegro, o Lituania, o Eslovenia, o Québec, etc. han puesto en práctica. Son pueblos (aunque no lo parezca) que han tenido la fortuna de ubicarse en un entorno más conciliador, más razonable, menos agresivo y belicoso, y sobre todo más democrático. En definitiva, es el ejercicio del derecho a la autodeterminación. Ese concepto que produce en las venas y sobre todo en los estómagos hispanos semejante amotinamiento del virus carpetovetónico.

Y a fuerza de ser sinceros, ¿de qué nos ha servido a los vascos la historia, con un interlocutor que la ha manipulado a su antojo, cuando no la ha quemado o proscrito? Porque de nada sirve estar armado de argumentos y razones históricas, políticas o morales, si el otro yergue sus sables o saca sus tanques a la calle.

Y sin embargo en el umbral de la resolución de cualquier conflicto es insoslayable el recurso a la historia. Inevitable saber de dónde venimos y a dónde se orientan nuestras aspiraciones. Imprescindible analizar las causas del conflicto para subsanar errores. Y sobre todo, esencial, analizar minuciosamente el talante, las intenciones y la honestidad del adversario. Es la pura historia.

Desde mi punto de vista, es impensable un proceso honesto en busca de la paz si no se restaura y se pone sobre la mesa una historia objetiva. Difícil tarea, es cierto. No lo sería tanto si como poco se respetaran y se tuvieran en cuenta las versiones de los eruditos de ambas partes del conflicto. Es decir, no sólo el relato del vencedor, sino, y sobre todo, el del vencido. Uno tiene la esperanza de que el día que nuestro pueblo conozca bien su historia será una sola voz reclamando su soberanía. El mejor antídoto contra la apatía de la gente es conocer y amar bien su historia. Esto lo saben perfectamente los colonizadores y los invasores. Lo supo perfectamente España y lo saben sus lacayos “navarroides”. De ahí el énfasis secular en manipular, tergiversar o ningunear la historia de Navarra y de toda Euskalherría. Y asusta reconocer hasta qué punto lo han logrado, cuando contemplamos el autoodio e incluso el desprecio que muchos vascos manifiestan hacia sus propias raíces culturales.

Sí, sr. ZP, cada pueblo tiene su historia. En estos momentos, sean ustedes sinceros. Apelo a los grandes partidos estatales. Den uds. cancha y oportunidad a Euskalherría para acceder libremente al relato de nuestra verdadera historia. Si realmente quieren construir la paz, (y disculpen mi escepticismo) sean honestos y dejen fluir la verdad de nuestra historia. Y no duden de que los “auténticos navarros” no sólo rechazamos su historia sino sus aviesas intenciones. Bien lo denunció a finales del s. XIX el pastor de Monteagudo:

“Porque hay muchos en España/ que trabajan con malicia,/ pa`que sea la Navarra,/ como las demás provincias...”.