Opinión

Apellidos

Desde hace unos pocos siglos el problema de identificación de la gente, lo que nos hace diferentes de los demás y sirve para que se refieran a nosotros y no a otros, se simplificó bastante, al menos en nuestra sociedad cristiana occidental, añadiendo al nombre dos apellidos, el del Padre y el de la Madre.

No siempre ha sido así: los romanos se montaban unos líos tremendos y generalmente se les añadía un sobrenombre en cuanto el chico era adulto para diferenciarlos de sus hermanos, primos y demás de la parentela paterna, que se llamaban igual o parecido. Las mujeres no contaban excepto en las familias muy importantes. Algo así como lo que pasa con los gitanos que, al casarse endogámicamente siempre entre ellos dentro de su pequeño grupo, los nombres y apellidos se acumulan y se repiten hasta le saciedad, con lo cual lo más característico, lo que realmente les diferencia, es el mote, el apodo, y por eso todos lo tienen en cuanto levantan un palmo del suelo.

En los últimos años, tanto en nuestra tierra como en nuestros vecinos del Norte, ha habido un movimiento significativo en este aspecto: la gente reescribe, cambia o disimula sus apellidos para no decepcionar al vasquismo triunfante y escaquearse así prudentemente entre la masa.

Supongo que lo mismo estará pasando en Cataluña y en Galicia. Procuran, con escaso éxito, que no se note el origen español de su apellido, y no importa que sean euskaldunes o que su familia lleve generaciones viviendo en el mismo entorno: es la victoria de la apariencia sobre la esencia, son ideas de adolescentes.