Opinión

Algo más que extremos

Que los extremos siempre acaban tocándose, es cosa bien sabida y comprobada. Que, en política, los extremos nunca han traído nada bueno, también.


Hoy, quienes representan los extremos en la política navarra (derecha y nacionalismos) se presentan ante la sociedad con el mismo mensaje maniqueo: o ellos o el caos.


Así vemos cómo la derecha anatematiza contra todo aquel que tiene la osadía de vivir fuera de su, según ellos, privilegiado redil. Es más, advierten y amenazan con el símbolo más atávico del miedo: ¡que viene el lobo! dicen refiriéndose al nacionalismo vasco. Y sobre aquellos que, les consta, no son nacionalistas repiten la advertencia y la amenaza (los socialistas pactarán con los nacionalistas) con el mismo lobo. Con este discurso monotemático y como de foto fija se presentan ante la sociedad navarra como los únicos investidos, no se sabe bien por quién, con la sacrosanta tarea de salvar Navarra, no se sabe bien de qué.


Como el mensaje es facilón, lo repiten y lo repiten con la vana esperanza de ser suficiente para recibir el respaldo del electorado.


Que el nacionalismo vasco, excluyente como todo nacionalismo, elabore su discurso, también monotemático, sobre la piedra angular de su soñada patria vasca es tan previsible como calcular qué día vendrá después del lunes (para un nacionalista vasco, después del lunes -y del martes y de cualquier día de la semana- viene...la patria vasca).


Y no importa que se presenten bajo una, dos o cinco siglas políticas. Al final, el nexo de unión entre todos ellos lo constituye la fe en esa especie de Arcadia prometida donde los ríos serán de leche y miel, los perros serán atados con longanizas y Pamplona –perdón, su Jerusalén vasca- será por fin la capital de su patria vasca. Ni que decir tiene que en ese feliz día todos sus habitantes serán vascos-vascos y, por supuesto, nacionalistas. Una población especialmente multicultural y cosmopolita a la cabeza del conjunto de patrias liberadas. Como dividen el mundo entre nosotros, que son ellos, y los otros, a los otros achacan la opresión que sufren, dicen, y la tardanza en la construcción de su patria vasca.


La derecha navarra es, para ellos, prepotente, rancia y heredera (entre otras herencias) del discurso más duro del Partido Popular. Sobre aquellos otros que, lo saben muy bien, no son de derechas, cargan la mano con no menos entusiasmo: desde colaboracionistas y traidores hasta españoles y poco sensibles con su realidad. Poco sensibles, dicen. ¡Y lo dicen ellos!


Esta es la realidad en dos imágenes que la derecha y el nacionalismo vasco quieren vendernos de la Navarra actual. Ocurre, sin embargo, que no es cierta. Entre los extremos que ellos representan existe un espacio abierto a mil posibilidades y ocupado por quienes no se identifican con dichos extremos. Gentes que ni son de derechas ni son nacionalistas. Hombres y mujeres de centro y de izquierda que tienen el derecho y el deber de poder y saber convivir con todos. Sin exclusiones, sin prejuicios ni dogmatismos, aprovechando y sumando lo mejor de cada uno en la más noble de las tareas: el beneficio común. Pero no será fácil porque, recordemos, cuesta más, mucho más, construir que derribar, hacer que deshacer, y es más cómodo quedarse en las creencias propias que moverse, intentar la convivencia e inventar caminos que ilusionen.


Esos hombres y mujeres, que no son nacionalistas ni de derechas, son los que pueden construir una Navarra más dinámica, más solidaria y, sobre todo, más ajustada a los tiempos que nos toca.


Juan José Valencia Navarro