Opinión

Aduanas y fronteras

Sabido es que las aduanas son uno de los símbolos más evidentes de la autonomía y soberanía de los pueblos. Si a la mayoría de los navarros le explicaran que Navarra tenía aduanas con el resto del Estado español hace sólo 165 años, (es decir, tres abuelas) posiblemente no lo creería. Y sin embargo, fue en 1841 cuando pasaron “la frontera” del Ebro a la muga pirenaica. Con la victoria del ejército “nacional”, el Estado consiguió su ansiada “unidad constitucional” y abolía uno de los derechos forales más significativos de las cuatro “provincias exentas”. El artículo 16 de la Ley de Modificación de Fueros ordenaba que fueran trasladadas a los Pirineos, “sujetándose a los aranceles generales que rijan en las demás aduanas de la Monarquía”.

Fue el duque de Olivares quien comenzó a presionar para la desaparición de las llamadas “fronteras del Ebro”. En 1718 se dio la primera supresión, que fue posteriormente anulada. Tras continuos tiras y aflojas, la promulgación en 1778 de la libertad de comercio de todos los territorios de la Corona con América dio a la Monarquía el instrumento para acabar con la situación, excluyendo de los beneficios a los vasconavarros en tanto no aceptasen la supresión de las aduanas con Castilla y Aragón. Con el nuevo reglamento, afirma Rodríguez Garraza, “consideraban a Navarra, desde el punto de vista comercial, como un país extranjero”. La Real Orden de 1779 calificaba de extranjeros los frutos y géneros de Navarra y Vascongadas, y grabados por lo tanto con un 15%. Para los partidarios del traslado, “por las Aduanas existentes en el Ebro, sólo en el nombre viene a ser Navarra miembro propio del cuerpo de Estado... reducida a los estrechos límites de su corto recinto; cerrada por todas partes... Navarra en fin, se halla estimada y tratada como provincia extranjera”. Pese a todo, en el debate de las Cortes navarras de 1781 volvieron a salir gananciosos los contrarios al traslado, para quienes la pérdida de las Aduanas supondría “la pérdida la libertad navarra”.

“La línea aduanera –prosigue el historiador citado- con sus principales puestos de control en Orduña, Balmaseda, Vitoria y Tudela separaba, al menos económicamente, al territorio vasconavarro del resto de la monarquía”. De hecho, el estudio que hace este autor durante el quinquenio 1775-1779, demuestra que el comercio de Navarra estaba fundamentalmente orientado a las Vascongadas, con un 62,3%; luego a Francia con un 37,2%. “Llama la atención la ausencia casi total de productos españoles” dice Rodríguez Garraza, pues sólo se importaban el 0,5% del total. Eso es lo que Navarra estaba vinculada económicamente a España: un 0,5%.

“La resistencia de estas provincias a integrarse en una economía nacional persiste durante todo el siglo XVIII y casi toda la primera mitad del XIX… Los partidarios de llevar las aduanas a la costa cantábrica y al Pirineo, pese al apoyo gubernamental con que contaron, no lograron imponerse a la opinión más generalizada de los habitantes de estas provincias, orgullosos y satisfechos con su independencia aduanera”. Al final, las armas decidirían la cuestión, en favor del más bruto.

Cuando hoy día nos dicen que Navarra o Vascongadas nunca tuvieron las cuotas de autogobierno que gozan ahora, ¿saben de lo que hablan o marean perdices?