Opinión

Acceso al conocimiento: igualdad de derechos

A propósito de la próxima Conferencia Europea para la Sociedad de la Información que tendrá lugar en 2010, precisamente en Euskal Herria, sale a relucir el tema de la distribución equitativa de la información y el conocimiento a nivel global. Si echamos la vista atrás nos encontramos con un proceso evolutivo que está estrechamente relacionado con la elaboración, almacenaje y distribución (gratuita o bajo previo pago) del conocimiento en general y que desgraciadamente acabará derivando hasta la actual situación de desigualdad social en lo que a las posibilidades de acceder a datos informativos o culturales se refiere que se dan entre personas del norte y del sur. Proceso que nos va descubriendo la suma importancia que determinadas informaciones tenían tanto para los imperios europeos, enfrascados en sus intereses colonialistas, como para la iglesia católica, sobre todo en cuanto a mantenimiento y aumento del poder se refería. El previsible crecimiento de publicaciones, escritos críticos y estudios académicos desembocaron en una sociedad cada vez más interesada en el saber y en todo aquello que la rodeaba, provocando por otro lado un lógico escepticismo dada la avalancha de información recibida que aún hoy en día perdura aunque esta sea asimilada como algo natural e incontrolable.

Lo que no resulta tan evidente para el ciudadano de a pie es la diferencia de posibilidades que se dan entre él mismo y cualquier otro miembro de un país en vías de desarrollo. La facilidad con la que obtiene información sobre aquello que le interesa, los medios que tiene a su alcance para completar sus conocimientos e inquietudes, la mera opción de poder realizar una selección de aquello que considera veraz en comparación a todo lo demás, está a años luz de lo que un ciudadano del Tercer Mundo tiene entre manos.

Las desigualdades culturales son abismales y, teniendo en cuenta el incalculable valor dentro de la educación académica de los individuos de la obtención de datos sobre el tema más insignificante, resultan vergonzosas las facilidades con las que contamos frente a las innumerables dificultades de aquellos. Dentro del proceso de socialización de los individuos se encuentra el del aprendizaje absorbido durante los años escolares, universitarios o de formación ocupacional, años en los que los afortunados se verán, en algunos casos, ante un todo cuestionable, quizás mejorable, pero infinito y abierto a debates, a dudas y posibles alternativas. Un todo que les empuje a buscar soluciones, a innovar, a abrir puertas antes selladas por la inexperiencia de los anteriores eruditos. Y eso, por sorprendente que nos pueda parecer, resulta a la vista de ciertos gobiernos como algo socialmente peligroso que pudiera poner en jaque su hegemonía cuasi-dictatorial mediante la cual están acabando, día tras día, con las posibilidades académicas, culturales y laborales de millones de personas.

De aquellas mismas que, probablemente no buscarían más allá de una solución que les permitiera unas condiciones de vida mejores, unos derechos educativos y sanitarios o la posibilidad de acceder a un trabajo mejor cualificado y remunerado. De ahí la importancia de salvar barreras y poner al alcance de los de siempre tan siquiera una educación académica que les ayude a comprender lo que les rodea, a manejarlo, cambiarlo e incluso mejorarlo. No se trata de facilitar ordenadores de última generación a una aldea perdida del África interior, del Nepal o cualquier región educativa y culturalmente desfavorecida de Sudamérica donde ni tan siquiera van a poder mantenerlos en condiciones óptimas por falta de técnicos cualificados o de material necesario en caso de avería, sino de crear a base de una enseñanza reglada y no gubernamentalmente manipulada futuros hombres y mujeres que quieran redescubrir desde lo más sencillo que este mundo nos proporciona hasta la ilusión de ver un porvenir mejor para la sociedad en la que viven.