Opinión

A San Ezequiel

El 19 de agosto se celebró el día de San Ezequiel Moreno, santo ribero. Nació en Alfaro (La Rioja) en 1848 y descansa en Monteagudo (Navarra). Aunque poco conocido por los habitantes de la ribera representa los sentimientos y creencias de nuestras gentes que, desde su condición de religioso Agustino Recoleto, los vivió con intensidad y los transmitió en los lugares donde ejerció como misionero. Obispo de Casanare y Pasto (Colombia), misionero en Filipinas y Colombia. Prior del Convento de Monteagudo entre 1885 y 1888, donde desahuciado por su enfermedad regresó años más tarde para morir, junto a su venerada Virgen del Camino, el 19 de agosto de 1906.

Un ejemplo de integridad y servicio, de humildad y perseverancia, que, como buen Agustino, dedicó su vida al apostolado. Poseía el don de la palabra y se prodigaba en los sermones desde el púlpito allá donde lo reclamaban. A pesar de sus múltiples obligaciones guardaba energías para tener una especial dedicación a los enfermos. Nunca permaneció pasivo cuando se atacaba a la Iglesia o a los católicos. Siempre le rodeó, incluso en vida, ese halo de santidad que lo elevó a los altares en 1992, canonizado por Juan Pablo II.

Los santos, para los cristianos, son modelos a seguir e intercesores ante Dios para quienes con devoción acuden a su auxilio. En los tiempos que corren su ejemplo y testimonio se revela más actual que nunca. Según su biógrafo Ángel Martínez Cuesta, en Colombia, a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando el avance del laicismo y el sentimiento antirreligioso se instalaba en la vida política y cotidiana, San Ezequiel defendió el derecho de los sacerdotes a interesarse por la política, cuando “ésta ataca a la religión e invade las personas y las cosas sagradas… Estar con los brazos cruzados mientras los enemigos, picota en mano, derriban la casa de Dios en el terreno político, sería una cobardía y una falta, porque nada más necesitarían los enemigos de la Iglesia para triunfar y arrebatar las almas al catolicismo y al cielo”.

El mensaje hoy en día se dirige no sólo a los sacerdotes o quienes profesan la vida religiosa sino a todos los creyentes.