Opinión

8-8-08: China y la Olimpiada

Quienes me honran acostumbrando a leer estas líneas, echan de menos en esta Columna una forma más positiva de ver las cosas. Llegan incluso a imaginar que soy un viejo amargado que todo lo ve negro, y no es así. Además de joven, soy un entusiasta optimista de la vida y las personas. Sin embargo, gusto de hacer reflexiones aquí, en voz alta, porque nunca se debe perder de vista el conocimiento, la cultura, ni el espíritu crítico para interpretar la realidad que nos rodea y, las más de las veces, nos inunda y sorprende. Por ello, no puedo recibir estos días con júbilo la celebración de los juegos olímpicos en Beijing a pesar de que resultó realmente emocionante su inicio el pasado día 8, en un acto de masas que dio una lección de elegancia, gusto y trabajo colectivo al mundo.

No podemos dejar que los fastos de esta actividad netamente mercantil -es su única finalidad, no debemos olvidarlo- nos sublimen porque la realidad subyace y es obstinada: China, país anfitrión de estos juegos deportivos, como afirmó el otro día el profesor de la UPV, Iñaki Iriarte López, está regida por un Estado éticamente cuestionable que acepta sólo en parte las reglas del libre mercado. Donde los derechos individuales son inexistentes y los laborales ficticios, que expropia cuanto se le antoja, viola la libre competencia concediendo subvenciones sin cortapisas a aquellos sectores que considera estratégicos. Y donde una oligarquía burocrática y militar ejerce un poder ilimitado que anula por completo cualquier derecho o conquista social...

Además de no tolerar huelgas, ni críticas periodísticas (pregúntenle a VOCENTO y la petición del embajador de Pekín sobre el artículo publicado en su Semanal), ni controles judiciales, y donde miles de talleres producen todo tipo de falsificaciones de productos occidentales con el beneplácito de las autoridades.

Como escribió el otro día Pilar Rahola, “los que gozamos del lujo de un lujoso espacio público, ¿qué podemos aportar? Capacidad de interrogación”. Así que, llegados a este punto, sólo cabe cuestionar: ¿pasamos olímpicamente de las Olimpiadas?