Opinión

Recursos hídricos y cambio climático

Navarra se enfrenta a patrones climáticos disruptivos, destacando la necesidad de inversiones y colaboración para garantizar la gestión sostenible del agua

El glaciar pirenáico Neouvielle, que en occitano significa nieve vieja
photo_camera El glaciar pirenáico Neouvielle, que en occitano significa nieve vieja

Recientemente nos han recordado desde la Organización Meteorológica Mundial que la inmensa mayoría de los desastres naturales están relacionados con el agua, por lo que la gestión de ese recurso y su monitoreo se configuran como una parte esencial para tomar  decisiones y diseñar políticas basadas en un enfoque integrado y holístico que permita a su vez adoptar medidas preventivas. No en vano, en la actualidad, 3.600 millones de personas carecen de un acceso adecuado al agua por lo menos durante un mes al año, y se espera que de aquí a 2050 esa cifra aumente hasta superar los 5.000 millones, según datos del Programa Agua de la Organización de Naciones Unidas.

Quizá no somos demasiado conscientes de la globalidad del fenómeno del cambio climático que opera en la Tierra a una velocidad inédita en cientos de miles, seguramente millones de años. Tampoco de los posibles fenómenos en cascada relacionados con los impactos en un mundo cuyas interconexiones y complejidad se extienden a cualquier rincón de la geografía terrestre. Es importante entender que los impactos se distribuyen en una variedad de escalas, desde la planetaria hasta la local, de manera que lo que está ocurriendo en sitios lejanos como el Ártico o en el Amazonas tiene una enorme repercusión en las alteraciones de, entre otras variables, la precipitación y el ciclo hidrológico de otras partes del mundo.

Debemos mentalizarnos para ello. La forma poco habitual de llover cada vez ganará más protagonismo. La ciencia ya lo ha demostrado en base a un principio termodinámico de primero de carrera: cada décima de calentamiento implica que el aire, en promedio, puede albergar más vapor de agua y dar lugar a manifestaciones atmosféricas más violentas, especialmente si ese vapor lleva aparejado un cambio de fase, como ocurre con las tormentas que dejan mucha agua en poco tiempo. Según investigaciones de los últimos años basadas en modelización numérica del tiempo, y también del clima, parece además que el aumento de los extremos es mayor a escalas temporales pequeñas, de una o pocas horas. Paralelamente una mayor frecuencia de los patrones atmosféricos que remontan en forma de potentes anticiclones desde el norte del continente africano y las latitudes subtropicales atlánticas propicia temporadas secas de muchas semanas o meses de duración. Entonces no cae una gota, se multiplica la tasa de evaporación y se agudiza la sequedad del suelo y la intensidad de los periodos secos, porque hoy sabemos precisamente que el aumento de la evaporación retroalimenta la falta de lluvias.

Pero, ¿cuáles son esos impactos reales de un régimen hídrico perturbado? En el caso de las lluvias torrenciales, aparte de las consabidas inundaciones de tipo fluvial, las precipitaciones van a dar lugar muchas veces al arrastre de sedimentos, erosión de los suelos, desprendimiento de terrenos en pendiente, taponamientos, embalsamientos, afección a las redes de abastecimiento y saneamiento, daños a infraestructuras o consecuencias negativas sobre la producción de los cultivos agrarios. En este último caso, además, si el agua no llega en meses considerados críticos como puede ser el periodo entre noviembre y abril, tendremos una clara merma de las cosechas. Aquí en Navarra ha ocurrido esto en las dos terceras partes de la primavera de 2023. Hay que insistir en que no es sólo aquí, todo esto ya está sucediendo en todo el planeta. Un ejemplo sonado es el de la selva amazónica que atraviesa su peor sequía en muchas décadas. Es terriblemente delicado ya que al tratarse de una masa forestal tan grande, y con una contribución regional tan significativa en el aporte de agua a la atmósfera, en la fijación del carbono y al tratarse además un refugio de biodiversidad sin parangón está por ver cómo la influencia de este desajuste se propaga por todo el sistema climático terrestre y, peor aún, si no nos estamos aproximando demasiado a un punto de no retorno, que desestabilizaría otras componentes del clima planetario.

El otro punto crítico lo encontramos en las altas latitudes de nuestro hemisferio. El Ártico se calienta entre dos y cuatro veces más rápido que el resto del planeta, según la estación del año. Pero no se habla tanto de que los territorios árticos se están volviendo mucho más verdes y húmedos. La entrada de una mayor cantidad de agua dulce en el ciclo hidrológico de esta parte del planeta guarda escondidos enormes impactos en forma de fenómenos extremos, poco perceptibles de manera directa si estamos a miles de kilómetros de distancia, pero que efectivamente están ya aconteciendo. Hablamos de  deshielos primaverales mucho más súbitos al aumentar la cobertura nivosa sobre millones de kilómetros cuadrados y la actividad del periodo de fusión, de episodios de lluvia engelante capaces de diezmar poblaciones de miles y miles de mamíferos, de una mayor generación y acumulación de materia vegetal al aumentar las precipitaciones líquidas y subir las temperaturas (con un riesgo multiplicado de grandes incendios forestales) o de un mayor aporte de agua dulce a las corrientes marinas, con la influencia que esto puede acarrear en el intercambio de calor, nutrientes y salinidad, fundamentales en la maquinaria del clima global. Son  las propias masas de aire de origen meridional las que llevan una mayor humedad a los confines árticos. Y con ello mucho más calor que se suma al que propicia el aumento de la temperatura y la pérdida de hielo de esta región tan sensible.

Por otro lado en cuencas del sur del continente asiático, al piedemonte de las mayores cordilleras del planeta, la fusión de la nieve, el hielo y los glaciares ha exacerbado peligros como las crecidas de los ríos y ha puesto en jaque la seguridad hídrica a largo plazo de muchos millones de personas. En el caso concreto de la franja que abarcaría la meseta tibetana, las montañas del Himalaya, el Karakorum, el Hindu Kush, el Pamir y los montes Tien Shan, el abastecimiento de agua proveniente de esas cordilleras es vital para casi 2.000 millones de personas. Gracias a la monitorización criosférica que ofrecen los satélites de alta resolución espacial, entre 2000 y 2018 el balance total de masa de los glaciares de esa parte del mundo disminuyó más de un 4 %. Se ha producido una notable reducción de la cubierta de nieve y un gran aumento del volumen de los lagos glaciares. Esto ha repercutido en la escorrentía fluvial en las cuencas de los ríos Indo, Amu Darya, Yangtsé y Amarillo, algunos de los más grandes de esta región del planeta. También encontramos casuísticas similares en algunas regiones andinas, como en zonas de glaciares y altiplanos bolivianos y peruanos. Están ya documentados y registrados procesos de desglaciación como consecuencia del incremento de la temperatura global en altura y de una disminución de las precipitaciones en entornos de montañas tropicales que están conduciendo a la desaparición parcial o total de algunos glaciares. Con ello el aporte y la descarga fluvial a los grandes lagos y ríos de la región quedan mucho más condicionados al régimen de precipitaciones, que también muestra signos de alteración desembocando en un mayor riesgo de estiajes más severos. Y aún más cerca de nosotros, en 2022, la cubierta de nieve en los Alpes, crucial para alimentar grandes ríos como el Rin, el Danubio, el Ródano y el Po, se mantuvo muy por debajo de la media. Los Alpes europeos fueron testigos de una pérdida de masa glaciar sin precedentes, algo que sabemos que se ha exacerbado en 2023 y que se acentuará los próximos años. Por otra parte constatamos ya que en Europa está aumentando la evaporación y disminuye la humedad del suelo y los caudales fluviales durante el verano a causa de olas de calor y sequías con una mayor duración, extensión geográfica e intensidad. Esto no solo provoca problemas en la agricultura, sino que también puede llegar a afectar a la parada de centrales eléctricas por falta de agua de refrigeración, por lo que el impacto llega hasta el sector de la producción energética. En la península ibérica algunas zonas como el interior de Cataluña o algunas cuencas de Andalucía y Murcia están sufriendo también grandes sequías en los últimos años. Los glaciares pirenaicos han menguado en las últimas décadas, algunos más de un 50% en volumen de manera que su supervivencia quizá se prolongue únicamente hasta mediados de siglo.

Llegamos finalmente a nuestro pequeño txoko. Nos encontramos numerosos ejemplos de en los últimos años de que el aumento de las temperaturas no solo ha acelerado el ciclo hidrológico, sino que también lo ha alterado claramente, incluso a nivel de una comunidad como Navarra. 2019 iba camino de ser un año especialmente seco hasta el penúltimo mes del año. Sin embargo noviembre promedió en torno a 28 días de precipitación en Navarra y las acumulaciones rondaron una tercera parte de lo que es normal en buena parte de la Comunidad Foral a lo largo de todo un año entero. La puerta abierta de borrascas atlánticas entrando desde el Cantábrico tiene que ver con algo que estamos empezando a presenciar con demasiada frecuencia: La observación satelital apunta a que los ríos atmosféricos, esas correas de transmisión que permiten transferir la humedad desde zonas tropicales y subtropicales hasta las latitudes medias y que abrazan los grandes centros de altas presiones, llevan más vapor de agua y persisten más tiempo. Similarmente a 2019, algo parecido lo encontramos en 2021 y,  hasta cierto punto, también en 2023. El presente año ha tenido un régimen de precipitaciones especialmente alterado. Se habló mucho de sequía en la primera parte de la primavera pero también hemos sabido que, según datos oficiales, los siniestros y daños asegurados que han sido causados por la precipitación torrencial y el granizo nunca fueron tan altos. Contamos al menos 20 días de precipitaciones de muy alta intensidad a lo largo y ancho de Navarra, fundamentalmente entre el 15 de mayo y 20 de junio y en los primeros días de septiembre. Esto ha provocado que la contribución de la precipitación de carácter muy fuerte o torrencial, con capacidad de producir impactos en superficie, sume a la acumulación anual más del doble que otros años. De alguna manera el régimen de lluvias se mediterraneiza e incluso, me atrevería a adelantar que, en cierto modo y según la época del año, se tropicaliza. Tanto es así que, en las últimas borrascas que nos están entrando desde el Atlántico, empezamos a ver claros indicios de características ligadas a ciclones tropicales. Está por ver qué papel está jugando la temperatura superficial del agua de nuestros mares y océanos circundantes que, por cierto, se ha disparado como nunca a lo largo de 2023.

En cualquier caso, cuando hablamos de clima y de proyecciones es un desafío bajar a escalas pequeñas, del orden de unos pocos miles de kilómetros cuadrados. De entrada, siempre que hablamos de un pronóstico a nivel climático tenemos que insistir en que lleva aparejado un rango de incertidumbre. A ello hay que sumar que, en un espacio de 150 kilómetros vivimos entre dos mundos climáticos, de paisaje y vegetación como son las regiones cantábrica y mediterránea. Con ello quiero insistir en que es perfectamente factible encontrar comportamientos diferenciados dentro de una misma temporada, siendo además la variable precipitación bastante escurridiza desde el punto de vista de su medición y su categorización estadística. Las tendencias globales son claras -y no podemos escapar de ellas- pero la configuración regional, y mucho más en una zona de variabilidad climática tan acentuada como la nuestra, modula las posibles respuestas del clima en el ámbito de los recursos hidrológicos.

Las conclusiones finales son claras. Ante un ciclo hidrológico cada vez más desequilibrado como consecuencia del cambio climático y de las actividades humanas y con la certeza de que, hagamos lo que hagamos, los desajustes irán a más en el futuro es crítico prepararse, mejorar las alertas tempranas y adaptarse, muy especialmente en los sectores del abastecimiento de agua potable, la agricultura y la preservación de los ecosistemas. Al respecto de estos dos últimos ámbitos se subraya el impacto sobre las tasas de evapotranspiración de los cultivos y las masas forestales. Es especialmente llamativo el aumento en la probabilidad de ocurrencia de episodios de altas temperaturas. No hablamos solo de olas de calor estivales sino también en otras épocas del año como los meses de primavera y otoño. Además este año, seguramente por primera vez de forma generalizada en las latitudes medias de ambos hemisferios, empiezan a verse temperaturas propias de verano en la estación de invierno.  Es precisamente este desajuste sumado a la escasez de la lluvia el verdadero cóctel explosivo que hará que, entre otras cosas pero de manera especialmente marcada en la península ibérica, proliferen los grandes incendios forestales en nuestra región, para lo que precisamente se deben sentar medidas claras de adaptación a la mayor urgencia.

Una simple reflexión de estrategia adaptativa basada en el recurso hídrico, fácilmente implementable en nuestras ciudades, hace referencia a la preservación y mantenimiento de los cursos fluviales en los entornos urbanos. Ante las condiciones extremas de calor en los próximos veranos, los espacios de parques fluviales, un servicio natural fundamental en las urbes, ofrece de manera sencilla una conectividad sostenible al lado del río, aparte de que la vegetación de ribera contribuye a mantener la humedad y a la protección ante el calor excesivo, lo que se configura como un refugio climático natural de importancia capital.

Por otro lado una mayor seguridad en el abastecimiento de agua potable pasa por dar más peso a la investigación y puesta en práctica de tratamientos más avanzados de saneamiento del agua aparte de priorizar la anticipación ante eventos de precipitación cada vez más irregulares, por ejemplo diversificando las fuentes de abastecimiento y almacenamiento.

Necesitamos incidir en que hay que hacer enormes inversiones científicas en la evaluación y seguimiento de los recursos hídricos en todas las escalas y niveles. Esto ataña a las observaciones obtenidas in situ, a los datos de teledetección satelitales y a las simulaciones de los modelos que aportan información transcendental sobre variables hidrológicas importantes, como las aguas subterráneas, la evaporación, el flujo fluvial, el almacenamiento terrestre de agua, la humedad del suelo, el agua congelada, los flujos de entrada a los embalses y, por supuesto, los desastres de naturaleza hidrológica.

A parte de la mencionada evaluación y las necesarias mejoras en la monitorización, debe potenciarse el intercambio de los correspondientes datos y la colaboración transfronteriza, y la consecución de estas mejoras pasa irremediablemente por un aumento de la inversión y cooperación entre estados y regiones limítrofes. Es necesario situar lo anterior como una prioridad absoluta en las agendas políticas de modo que el objetivo se centre en ayudar a la sociedad a hacer frente a los crecientes episodios extremos de exceso o escasez de agua.