Opinión

El niño, la niña y el calentamiento de los océanos

El Niño y la Niña constituyen dos caras de la misma moneda, no hay Niño sin Niña ni Niña sin Niño. Lo primero que se debe saber, por tanto, es que son ciclos opuestos. Se trata de las componentes oceánicas de lo que conocemos como ENSO (Oscilación del Sur) que corresponde a la aparición de aguas superficiales relativamente más cálidas (El Niño) o más frías (La Niña) que lo normal en el Pacífico tropical central y oriental, es decir, en la región marítima que abarca miles de kilómetros aguas adentro desde las costas del Perú.

Explicado de un modo sencillo, La Niña toma el protagonismo cada cierta cantidad de años, entre 3 y 7, por el enfriamiento del Pacífico, y El Niño, por su calentamiento. Esta variación tiene efectos notables en la región del Pacífico, la cordillera andina y el Caribe. El Niño es entonces la fase caliente, hacia la que estamos transitando en estos momentos, y La Niña es la fase fría, en la que hemos permanecido los últimos 4 años.

¿Y qué importancia tiene esto? Nosotros decimos que la ENSO es un fenómeno de alcance global o de teleconexión climática, precisamente porque lo que ocurre en una parte del globo se deja sentir por una serie de complejas interacciones en otra. Al ser tan extenso, afecta a la temperatura media global y hace que sea mayor, lo que se suma a la señal de calentamiento originada por el cambio climático antropogénico pero también hay efectos sobre las precipitaciones en la mayoría de los continentes. En el caso de Europa se acepta de manera general que hay una mayor probabilidad que las temperaturas sean más altas en años de Niño, sujeto lógicamente a muchos otros factores, y que los inviernos puedan ser algo mas fríos y lluviosos en la Península pero es una señal de influencia muy débil y a menudo queda enmascarada por otros patrones que son más intensos. No debemos caer en la tentación de hacer relaciones causales biunívocas con el Niño y la Niña en referencia al clima en nuestra región del planeta, a pesar de que sean las oscilaciones del ciclo natural más importante de todo el sistema climático.

La siguiente pregunta fundamental es si existe una relación directa entre el cambio climático y El Niño y La Niña. No hay una respuesta clara y contundente para esto. Se sabe que en el pasado ha habido Superniños y Superniñas, en el sentido de que ha habido años en los que estos fenómenos han sido especialmente intensos. Por ejemplo el año 1983 un Superniño provocó en gran parte la peor pérdida simultánea de cosechas de la historia, con disminuciones del rendimiento de maíz de entre el 10% y el 50% en Brasil, Estados Unidos o zonas del continente africano. Se sospecha que dicho fenómeno pudo haber causado también la hambruna que precedió a la Revolución francesa y que está además bien documentada. Ahora mismo nos preocupa tanto El Niño porque la señal de calentamiento global es ya tan fuerte y acelerada que asusta hasta donde pueden solaparse sus efectos.

De hecho, desde mediados de marzo, la temperatura superficial de los océanos del planeta Tierra ha sido mayor que en cualquier otro momento desde al menos 1982, aunque seguramente desde hace miles y miles de años, quien sabe si incluso millones. Ya hay científicos de renombre, expertos en paleoclimas, que estiman que desde el último interglacial o periodo Eemiano, hace unos 120000 años, la temperatura media de los océanos no era tan caliente. Se cree que entonces el nivel del mar estaba entre 6 y 9 metros por encima de lo que está en la actualidad. El problema real es que sabemos que la temperatura va a subir mucho más en décadas venideras. Además, esto genera una gran preocupación entre algunos expertos en clima ya que este es uno de los mejores indicadores sobre el calentamiento acelerado que está experimentando nuestro planeta. Dicho de otro modo, ahora mismo una buena parte de las aguas oceánicas superficiales no tienen precedentes en cuanto a la temperatura alcanzada en el registro instrumental y esto es resultado de una acumulación de calor a lo largo de las últimas décadas. No en vano, los océanos son los grandes reservorios de calor del planeta, aparte de disolver mucho CO2 y transportar nutrientes de un lado a otro del planeta a través de las cintas transportadoras oceánicas, enormes corrientes de agua que viajan por las profundidades. Ese transporte es la base de la cadena alimentaria, de la supervivencia de ecosistemas marinos y también, de algunos de los grandes bancos de pesca que sirven para cubrir una parte de la dieta de un porcentaje importante de la población mundial. Las costas que nos rodean llevan muchos meses ya batiendo temperaturas récord. Ha sido el caso del Mediterráneo occidental desde el comienzo del verano pasado pero también ahora de todo el sector atlántico que va de nuestra Península a Canarias. Condiciones atmosféricas de gran estabilidad, sequedad y fuerte radiación tienen también mucho que ver en esto. Y de manera inversa, aguas de los océanos que estén más cálidas tienen enormes consecuencias para las zonas continentales, ya que con seguridad contribuyen a eventos climáticos y meteorológicos extremos más frecuentes y severos, desde tormentas y precipitaciones en forma de diluvios hasta olas de calor y devastadores incendios forestales. Más allá de eso y mirando a unas décadas vista, la fusión de los hielos, también sin antecedentes en miles de años, y la expansión de mares y océanos amenaza ya claramente a los 230 millones de personas que viven a menos de un metro sobre el nivel del mar. 

Gracias al sistema mundial de observación terrestre, que combina mediciones en barcos, boyas y satélites, se ha detectado este pico de temperatura. Se cree que este máximo, que por cierto no ha sido bien previsto por los modelos, está relacionado con las grandes cantidades de calor del océano que estaban almacenadas bajo la superficie del océano y que afloran hacia arriba llevando ese calor de vuelta a la superficie, y que corresponde a cuando un evento de La Niña da paso a la fase del Niño, como está sucediendo ahora. El resultado es un aumento considerable en las temperaturas de la superficie del Pacífico tropical y del océano global durante la transición, junto con innumerables cambios en los patrones climáticos.

Es precisamente la acumulación constante y récord de calor oceánico en toda la columna de agua, no solo en la superficie, lo que tiene a los científicos del clima más preocupados que el reciente aumento de la temperatura superficial. No en vano, el contenido de calor del océano, medido en una columna de agua desde la superficie hasta 2.000 metros de profundidad, alcanzó un récord en 2022. Ese calor, cuya absorción y almacenamiento por parte de los océanos es crítico, pero que también sabemos que depende de un equilibrio muy perturbable está muy relacionado con las emisiones de gases de efecto invernadero de la quema de combustibles fósiles y otras causas. Por poner un ejemplo, si limitásemos al primer metro cúbico de agua los 0,2°C de temperatura promedio por encima del anterior récord que los océanos llevan marcando esta primavera, la energía total sumada al sistema es aproximadamente equivalente a 3 millones de bombas de hidrógeno de 1 megatón, que son 50.000 veces más potentes que las que se lanzaron al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Se mire por donde se mire es una cantidad tremenda de energía, aunque los flujos lentos e intercambios invisibles del sistema del clima y, sobre todo, su enorme extensión geográfica hagan que no nos demos cuenta de ello.

Se nos suman en definitiva dos cosas: un Niño 2023 que está elevando las temperaturas promedio globales desde un punto de partida más alto, lo que facilita establecer récords, y el hecho de que desde el último gran fenómeno de El Niño en 2016, las temperaturas medias globales de la superficie terrestre y marítima han aumentado. Esta es seguramente la principal razón por la cual 2023 ya ha visto temperaturas oceánicas récord que superan los números del 2016, y el motivo de que esta tendencia se vaya a quedar con nosotros en la duración proyectada de El Niño, que se extenderá al menos hasta 2025. Recordemos que estos ciclos duran unos pocos años, casi siempre entre 3 y 7 años.

2023 ha tenido un comienzo alarmante, incluso antes de que las condiciones de El Niño se desarrollen completamente a finales de este año, así que vamos de cabeza a un nuevo récord de temperatura global. Entre lo más significativo podríamos citar a los devastadores incendios producidos en Chile y Canadá (regiones que, en parte, tienen un clima similar al nuestro), las temperaturas récord que se han producido en zonas tropicales como Vietnam, alcanzando los 45°C o la grave sequía que se produce en una parte muy apreciable de España, Portugal, Marruecos o Argelia. Sabemos además que dado el ritmo actual del calentamiento planetario, las tendencias de fenómenos cada vez más extremos y la ocurrencia de temperaturas que superen los récords de manera repetida y continuada es algo completamente inevitable. Los impactos los vemos ya y los vamos a ver en Navarra este año, de momento, en forma de graves mermas a las producciones agrarias y ganaderas. La vegetación también muestra signos de sufrir un estrés considerable, ante la marcada falta de agua (los últimos 15 meses son seguramente los más extremos en este sentido desde hace muchas décadas) y los periodos de temperaturas mucho más altas de lo que correspondería. Tanto es así que 9 de los últimos 12 meses en Navarra están entre los tres más cálidos desde 1961 en su correspondiente serie mensual, incluido el recientemente finalizado mes de abril. Pero no nos fijemos en los detalles a nivel de una región tan pequeña como Navarra. Lo verdaderamente importante ahora es ser conscientes de que el planeta se está calentando tan rápido que incluso un ciclo natural tan fuerte como el del Niño-Niña está comenzando a perderse en el ruido de una señal climática que es mucho más potente.