Opinión

Nuestra casa no es el mundo

Cada cuál tiene legitimidad para ser crítico con lo que desee, pero negar la brutal brecha entre sexos que todavía existe en muchos ámbitos no hace sino crear un narcotizante envoltorio de conformismo.

Esta mañana, una lectura me ha hecho levantarme de la cama emocionado. En Facebook, una amiga ha etiquetado a todas aquellas mujeres que tienen relevancia en su vida y las ha animado a no callarse hoy. A no escudarse en el conformismo. Ella no se conforma, pese a que reconoce que cobra un salario digno, tan digno como el de sus compañeros varones, que gozaría de unas condiciones excelentes de conciliación en caso de embarazo y que, en casa, su marido es uno más (y no el mero ayudante) a la hora de remangarse.

Como ella, un año menor que yo, muchos de los que ahora rondamos la treintena crecimos -sin saberlo, probablemente- conforme a un esquema de valores que, en última instancia, hacía prevalecer una visión machista de numerosos ámbitos de nuestro día a día: los oficios para hombres y los oficios para mujeres, la masculinidad de determinados juguetes y la feminidad de otros, la galantería que presenta al hombre como conquistador y a la mujer como sumisa y tantos otros clichés.

Si algo caracteriza a la generación a la que pertenecemos, llámennos 'millenials' o chufainas varias, es que en cierto modo, dentelleada también por una latente incomprensión, ha sabido trascender los complejos y los estereotipos y, como consecuencia, abrazar un concepto de mujer más inclusivo y desterrado de etiquetas propias de otra época. Aunque de forma relativa. Todavía afloran, incluso entre las nuevas generaciones, multitud de 'micromachismos' de forma sistemática'. Si creemos que los avances predominan sobre los retales endémicos de la desigualdad, sinceramente, pienso que estamos ciegos de remate. 

Puede que hoy, como un sector de la opinión pública ha defendido, sea un buen día para que las mujeres que lo deseen vayan a trabajar y se sientan orgullosas de su crecimiento personal en materia de igualdad. Cada cuál decide sobre su propia huelga, eso está claro. Pero también lo es para que las mujeres y los hombres que lo deseen salgan a la calle y defiendan todo lo que conlleva este 8 de marzo. Sobre todo para tratar de que el conformismo no nos anestesie. Nunca está de más recordar que la voz existe para alzarla e insistir.

Estos días, por las redes, aparte de ese mensaje emocionante con el que iniciaba esta reflexión, cualquier internauta habrá podido comprobar cómo aún se utilizan expresiones de corte machista camufladas como 'frases hechas', o cómo el hombre, ante la simple palabra, multiplica por diez su terminaciones nerviosas y se siente ofendido al mínimo toque, o cómo se continúan banalizando las cifras, o cómo la violencia de género sigue teniendo forma de iceberg.

También cómo, en muchas ocasiones, una conquista individual (en mi casa, en mi trabajo, etc.) sirve como coartada para relativizar una brecha que, si bien atacada, todavía se expande de forma prominente. Porque a veces nos olvidamos de pensar en frío y huir del juicio en caliente. Y también de que nuestra casa no es el mundo.

También ha habido hueco para esa corriente que, progresivamente, denosta el significado original de la palabra feminismo para terminar equiparándolo a una especie de contraataque dentro de una guerra de sexos artificial e inventada. El error de presentar al feminismo como antítesis del machismo supone nivelar dos conceptos de trayectorias y fines radicalmente opuestos. El uno, recalcitrante y reaccionario. El otro, como todo con sus luces y sus sombras, reivindicativo y enriquecedor en parcelas de la vida como la corresponsabilidad o la equiparación salarial. Elijan ustedes. 

Mikel Arilla
Periodista