Opinión

Memoria Histórica, mitos y falacias

No seré yo quien desacredite que, para los vecinos y comerciantes del Barrio de Lourdes, el cambio de nombre de 49 calles con alusiones a personas ligadas al golpe militar del 36 es un enorme 'marrón'. Desde el punto de vista administrativo, burocrático e incluso emocional. Sería absurdo negar la enorme incomodidad que les supone. Vaya por delante mi comprensión hacia sus reticencias, que están totalmente justificadas. No obstante, tampoco conviene obviar que lo que se pone sobre la mesa no es una mera cuestión de ideología ni de capricho político, sino un avance y una asunción de compromiso con nuestra historia y nuestra propia ciudad.

Un camino que, sin caer en la conveniencia o no de su aplicación, está recogido de manera consensuada y a través de vías democráticas en la Ley Foral 33/2013. Una ley que se tramitó en el Parlamento foral en la anterior legislatura y que, por tanto, nadie se ha sacado de la manga. Una ley que, para más inri, lleva casi cuatro años en marcha y sobre la que muchos ayuntamientos apenas han avanzado.

Más allá de estas consideraciones, existe un punto crítico de esta 'polémica' que está aflorando en las redes sociales en los últimos días. Por lo tanto, es necesario sosegarse, hacer un repaso concienzudo y aclarar algunos conceptos sobre lo que significa la Memoria Histórica. Porque durante estas últimas horas vuelven a relucir algunos 'tópicos', en forma de falacias y mitos, que desgraciadamente emborronan los cimientos de la mencionada Ley 33/2013 y que están extendidos entre gran parte de nuestra sociedad. Lamentablemente, la 'masa madre' de la Historia está cocinada a base de interpretaciones, aunque no debemos olvidar que también se sustenta en estudios y trabajo concienzudo y que esa debe ser la referencia a tener en cuenta.

Falacia 1: los bandos en Navarra

La primera gran falacia sobre lo relativo al golpe militar de 1936 en Navarra tiene que ver con la estandarización de los bandos. "Todos son víctimas y verdugos, los de los dos bandos", se suele decir. Desde luego. Las heridas de la guerra no sangran más o menos desde según su ideología. Pero hay matices de fondo. Si bien a nivel estatal el conflicto contó con dos actores claramente reconocidos (sublevados y republicanos), en Navarra la realidad dibujó un panorama diferente. Está documentado de manera prolija que en la comunidad foral no hubo una resistencia organizada por parte del llamado 'bando republicano'. La Navarra de los años 30 era una región en la que la adhesión de los requetés carlistas al movimiento y la condescendencia de la Iglesia (aunque quieran negarlo) tuvieron una incidencia absolutamente decisiva en el desarrollo de los acontecimientos. Los movimientos iniciales de la sublevación transcurrieron con mucha más celeridad y efectividad manifiesta (de la que, por cierto, siempre presumieron los propios golpistas) en Navarra que en otras regiones de aquella España. Precisamente por esa falta de capacidad de respuesta y porque la conspiración militar llevaba tiempo materializándose en tierras forales.

Por si fuera poco, la crudeza de la represión política fue más allá de los años de conflicto bélico y mantuvo en un desamparo absoluto a las familias de esas víctimas durante las décadas de dictadura y gran parte de la democracia. Así pues, no estamos hablando de nivelar los méritos de dos contendientes, sino de asimilar que los méritos para dar nombre a calles de nuestra ciudad no son tales méritos. Ni siquiera 'méritos militares de otra época' que en ocasiones llegamos a asumir como coartada para bautizar espacios públicos. Al contrario, son deméritos. Escandalosamente crueles, además.

No negaremos tampoco que Navarra sufrió bombardeos perpetrados por el bando republicano en 1937 (Tudela fue una de las ciudades atacadas). Y es de justicia reconocer esos hechos, pero también situarlos en un contexto de avanzado estado del conflicto bélico, completamente ajeno a la propia resistencia de la población, en la mayoría de los casos cortada por lo sano ('sacas', fusilamientos y encarcelamientos). Y, por qué no, el Ayuntamiento también podría poner sobre la mesa los nombres de las víctimas de los ataques mencionados.

Falacia 2: el criterio ideológico

Desconozco qué nombres nuevos se propondrán para las calles, aunque dudo mucho que se lancen nombres de personas que ejercieron la violencia, de forma directa o por colaboración y encubrimiento. Sería toda una sorpresa. Los veremos estos días. De todos modos, en esta falacia de la supuesta 'imposición de un determinado criterio ideológico' entra en juego la propia naturaleza de la Historia y su problema más incómodo: la Historia, en un 90% (por aventurar un porcentaje), se corresponde con el relato de los vencedores. Así pues, no se trata de imponer o vencer, sino de equiparar relatos. ¿Alguien duda de que este aspecto sea injusto?

Precisamente otra de las consecuencias de esta falacia es confundir la reparación con el rencor o la revancha. Una distorsión de la realidad alimentada con declaraciones de políticos de primera línea como Rafael Hernando o el ex ministro de Justicia, Jorge Fernández. Pensar que a estas alturas hay personas que “quieren ganar la Guerra Civil” supone una aberración a la memoria y al dolor. Es más, su objetivo es radicalmente opuesto: reparar y concienciar para no caer en los mismos errores. En cierto modo, declaraciones como las de esos dos representantes públicos (que además calan hondo en ciertos sectores de la población) significan un principio de falta de empatía, lo cuál es aún más preocupante.

Falacia 3: el olvido

A menudo se propugna el antídoto de la omisión o el olvido como método de progreso en una sociedad. Por el mero hecho de que existan generaciones que no hayan conocido la dictadura, la posguerra o la transición, la trascendencia de un hecho traumático como la sublevación militar no pierde peso en la memoria colectiva. El deber de un pueblo es progresar y mirar hacia adelante, pero ese vistazo al futuro no es ni de lejos completo sin comprender con garantías y amplitud de miras el pasado más reciente. “Mirar al pasado es perder el tiempo”, dicen algunos. Pues bien, tal afirmación es, en sí misma, una renuncia al propio conocimiento y al propio desarrollo de la conciencia colectiva.

No podemos presumir de considerarnos personas íntegras y comprometidas si no nos comprometemos con el entorno que nos rodea, realizando un esfuerzo en la comprensión de las realidades, por muy complejas o dolorosas que nos resulten. Solo es un esfuerzo desde el respeto mutuo y desde la reparación.

Un gran ejemplo de esta visión reparadora la podemos encontrar en la que muchas veces es referencia ineludible: nuestra Europa. Miren a Alemania. Allí, la generación posterior a los ciudadanos que fueron testigos directos de las atrocidades del nazismo hizo un enorme esfuerzo de comprensión. Muchos de ellos eran hijos de oficiales de las SS. Otros muchos descendientes de judíos perseguidos por el régimen nazi. Y, sin embargo, no se enconaron en sus posturas, sino que avanzaron, juntos, a través de una asunción colectiva.

Así pues, enfocar este cambio de denominación de calles desde una postura empática y colectiva nos haría mucho bien. Los problemas burocráticos vendrán, sin ninguna duda. Las personas mayores que residen en el Barrio quizás no lleguen a acostumbrarse. Pero para eso está nuestra conciencia ciudadana, para eso estarán sus familiares a la hora de ayudarles con los pequeños gestos. Tenemos la oportunidad de demostrar a mucha gente de qué pasta estamos hechos y, sobre todo, tenemos la oportunidad de avanzar, por una vez, sin echarnos cosas en cara. Ojalá que esto no se convierta en un arma política para nadie, sino en un ejemplo para otros muchos.

Mikel Arilla

Periodista y redactor de Plaza Nueva