Opinión

Subdesarrollo intelectual

El exceso de protagonismo, inconexo además, hace que perdamos oportunidades magníficas por desconocimiento y, lo que es peor, por desconfianza.

“Somos lo que hacemos repetidamente. La excelencia, entonces, no es un acto, sino un hábito”, afirmó Aristóteles, y dio con la clave. En la Ribera vamos cada uno por nuestro lado, no contamos con los demás, somos más aficionados a la crítica, el cuestionamiento, y a poner palos en las ruedas.
Y con ese espíritu, es imposible llegar a nada. Estamos negados, pero lo estamos porque no estamos abiertos al mundo. Funcionamos como islas oasis secas solas.

La misma generosidad que Tudela demanda a Pamplona, se la niega a sus vecinos de las localidades de la Comarca que la hacen varón, como el Ega, el Arga y el Aragón convierten un remanso, un hilillo de agua, en todo un Ebro.

El exceso de protagonismo, inconexo además, hace que perdamos oportunidades magníficas por desconocimiento y, lo que es peor, por desconfianza.

¿Tenemos lo que nos merecemos? Creo que no.

Somos mucho mejor que todo eso, en verdad, lo que ocurre es que lo disimulamos bien. Escondidos entre crítica vacía y poco constructiva, ignorancia y falta de miras. Y éste, justamente, es el peor de los subdesarrollos... el de la falta de altura moral e intelectual para apoyar sin cuestionar. Dejar hacer. Respetar,
y hasta alabar las iniciativas ajenas, pero cercanas.

Se echa de menos en esta tierra y cultura nuestras, un poco de catalanidad, ese sentido práctico, fenicio si se quiere, que inunda a esa gente y le hace ver que siempre ganan algo dos, y tú mismo, si no impides el bien ajeno.

¿Porqué ponemos peros a la mejora, al avance, al cambio? Simplemente, porque somos miedosos. Lo desconocido nos aterra.

Es éste uno de los grandes sinos de esta zona nuestra, y si queremos salir del ostracismo y el vacío a que nos está conduciendo nuestra ceguera, más vale que vayamos cambiando de cara y de actitudes... Este nuevo mundo que ya ha llegado, ya no funciona ni por envidias, ni por ese ‘¡a que no!’ tan nuestro, tan cabezota, tan inútil y tan estúpido... ¡Vale ya de altanería!