Opinión

Gaviria, un maestro y un amigo

Este sábado falleció el hombre más grande que ha dado esta tierra en el último siglo junto a Moneo:
Mario Gaviria Labarta nos dejó en Zaragoza, su segunda piel.

Era un sabio, como él mismo describía a los más grandes y a su máximo mentor, Henri Lefebvre. Como todos los genios, iba tan por delante de todos que resultó incomprensible en el pensamiento navarro clásico. Y más por su bagaje humano y su carácter profundamente ribero. Abierto, amigo de chanzas, de juergas, de forasteros, de charlas abiertas y sinceras, sin prejuicios... Y curioso, profundamente curioso. Fue un hombre querido y abierto a todo, por todo y de todos. Lo que más le caracterizó y menos se le disculpó fue su amor por la vida y por la gente. Por eso, se ha ido sin funeral, siquiera. Aunque algo se habrá de hacer por él, en Tudela, en Cortes, en La Bardena, donde irán a parar sus cenizas cuando sus hijas, su hermana y su cuñado, salgan del trance de despedirlo solos este domingo, y lean e indaguen más profundamente en sus escritos -que estuvo dictando a su cuidador hasta el último suspiro-, cómo quería ser recordado.

Antinuclear y ecologista, en un país que no pasaba de los cánones de Félix Rodríguez de la Fuente, fue pionero, junto a otros, de movimientos que cambiaron España en la Transición. Convencido y formado, impidió que se instalara una central nuclear en Tudela que hubiera enterrado en vida a la Ribera, liderando movimientos sociales que hicieron temblar la sociedad de aquella época y que comparados con las actuales actividades y dinámicas sindicales y políticas, deslumbraron por su soberbio dinamismo e implicación colectiva. Por eso le defraudaron tanto, a pesar de encantarle, los últimos movimientos sociales que giraron en torno al 15M, por el bajo nivel de los debates callejeros, -decía en privado-, en los que participó activamente, aún así.

A Él, Hijo Predilecto de Zaragoza, los maños le deben beber buen agua de Yesa, ya que convenció al presidente de la CHE para construir el embalse de la Loteta, entre Gallur y Pedrola, quitándoles así de la boca un líquido que salía del Ebro pero que hasta olía. Del mismo modo que removió la sanidad cuando comenzó el SIDA, e hizo ver, entre otras muchísimas cosas, con su habitual entusiasmo, que el entorno de la Bardena es "El paraíso estancado", ideal y que merece la pena cuidar y desarrollar para trabajar y vivir bien, algo que para la política y nuestros políticos actuales pasa prácticamente desapercibido.

El día 14, día de la II República, hubiera cumplido 80 años, qué ironía de la vida, nacer ese día para un hombre así. Por ello, triste y apenado por no haber tenido más frecuente y recientemente una de nuestras indigestas y eternas conversaciones telefónicas o encuentros, lo despido aquí con estas líneas, compungido, balbuceando y recordando nuestros muchos momentos en Cascante, Tudela, Cortes o Zaragoza, con gentes variopintas, de a pie y de sus eternos infinitos, de todo pelaje y condición, y en mil situaciones y tertulias.

Jamás olvidaré, amigo y maestro, aquella noche estrellada de cena y madrugada, de tertulia con nuestro común amigo Ursúa, cuando amanecimos en tu jardín de Cortes el día del chupinazo de Pamplona y del cierre de edición de aquel Extra de Fiestas de Plaza Nueva, charlando sin ser conscientes de que avanzaban la tarde, la noche y la amanecida, hablando de la vida, la sociedad y la muerte, con la misma serenidad con la que ahora te has ido.

In memoriam, tu discípulo más humilde.

Goian bego! ¡Descansa en paz!

Jamás te podré olvidar.