Opinión

Fanfarria en Cataluña, ridículo colectivo

El posfranquismo y el pospuyolismo están dejando huella y convirtiendo a España en el hazmerreír del mundo.

Mientras unos se enrocan en su barretina para tapar sus vergüenzas económicas, los otros y su caterva madrileña niegan la mayor, pretendiendo imponer la política del “una grande y libre”, y no permitiendo cambiar nada.

Una auténtica pena que deja al país ante el planeta sumido en la miseria y el ridículo colectivo global más grande del último siglo, desde Marruecos, Cuba y el Sahara, en el que la recta final de todo este absurdo va a ser una nueva búsqueda, esta vez, la de unas urnas ilegales, puestas por bemoles, y con una patética e internacionalmente dantesca persecución tipo gato-ratón incluida.

No es que no tengan derecho a decidir si se quieren lanzar al vacío estupidamente, es que quienes les niegan la mayor son incapaces de admitir la necesidad de cambios de una comunidad española que, con sus matices y diferencias, lleva 40 años encorsetada en la cerrada huida hacia adelante que supuso la transición tras la muerte del dictador, que quedó corta.

Habría que dejarlos decidir, como a escoceses y quebequenses, para que les entrara el sentido común perdido, pero se encabezonan, más por llevar la contra a los del no a todo, que por la realidad del bolsillo y el orden lógico, que nunca engaña, y se impone.

España, lo que debiera hacer, es avanzar de verdad de una vez, esto es: modernizar su Constitución, limitar mandatos políticos, acotar y extinguir aforamientos, encarcelar ladrones, profundizar en esa mal llamada ‘transparencia’ que es la mayor de las mentiras y otras muchas cosas más, y, entretanto, dejarnos de banderas y colores para tapar Bárcenas, repúblicas, lobbys energéticos y demás vergüencerías, que sobran.

Pero no, es más fácil distraer con los del cava, haciendo de ellos lo peor de este tiempo absurdo en el que estamos perdiendo todos.