Opinión

Banderas y colores

La semana pasada asistimos en el Parlamento foral a una nueva representación teatral. Habitualmente, el sainete gira en torno a adhesiones vacuas y brindis al sol permanentes para que parezca que se trabaja, pero en esta ocasión fueron capaces de rizar el rizo hasta el absurdo y, lo que es aún peor, alcanzando el mayor de los ridículos.

Después de décadas, la Ley de Símbolos fue derogada, de tal forma que los consistorios, en fiestas o a todas horas, podrán colgar en sus balcones banderas de cualquier color... ¡Y la que armaron por ello!

El desapego que representa esta casta inútil y demasiado bien pagada, nos condujo a una tragicomedia, dramática sólo por lo irreverente ante el respetable... ¿Al ciudadano qué más le da algo tan emocional?

La gente de a pie se las ve y se las desea para llegar a fin de mes. El autónomo y la Pyme sudan tinta china a diario discurriendo cómo pagar nóminas y a un fisco despiadado y goloso que es tan sólo una fábrica de legislar problemas donde sólo hay falta de orden, y nuestros insignes parlamentarios se dedican al postureo del catecismo más garrulo. Se centran en la consigna fácil, en la afrenta partidaria e interesada para ver quién es más patriota, y a ver quién acompaña más al espíritu santo, que no a la razón. Es, sin duda, éste, un lamentable espectáculo en el que se abochorna a la razón y se esgrimen razones tan primitivas, simples y sectarias que da auténtica vergüenza contemplar el permanente paripé aburrido en que se ha convertido el hemiciclo.

¿Por tan tontos e idos nos tienen? ¡Al parecer, sí!

Mariano Navarro Lacarra

Director