Opinión

Breve historia de una diócesis fallida III

Desde 1955 se vincula la diócesis de Tudela a la de Pamplona, mediante el nombramiento del arzobispo Enrique Delgado como Administrador apostólico de Tudela. En 1959, con el nombramiento de un obispo auxiliar para Tudela, D. Ángel Riesco Carbajo, parecía conseguirse un gran avance en las aspiraciones de los tudelanos de conservar la diócesis propia. La Diputación Foral, en 1961, aprueba la propuesta conjunta de Ayuntamiento de Tudela y Cabildo sobre el reconocimiento de su personalidad jurídica como diócesis. A finales de 1966 se volvió a solicitar al Nuncio Apostólico en España la ampliación a los límites ideales de la diócesis “desde Caparroso a Cortes”, con una población de unas cien mil almas. En 1969 se despidió el obispo auxiliar, dejando una vacante que no se volvería a ocupar. Todavía en los años 1978 y 1979 el ayuntamiento tudelano insiste, en una carta firmada por el alcalde José Luis Forcada, solicitando al Arzobispo Cirarda “el que los pueblos de la Ribera de Navarra, o hasta allí donde llegue el olivo, decidan libremente si quieren pertenecer a la Diócesis de Tudela”. Desde 1984 se unen las diócesis de Pamplona y Tudela en la persona de un mismo obispo, garantizando así la perduración de la Catedral. La aspiración secular de conseguir una diócesis propia se plasmó en 1783, sin embargo, la ampliación territorial nunca se ha producido. De ello se derivan efectos como el que ahora hemos sufrido con el traslado de los archivos parroquiales de la Ribera. Quizá, si se hubiese aplicado que “el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado” (S. Marcos, 2,23-28), y los pueblos se agregasen a la diócesis como se ha intentado durante los últimos 200 años, tanto los ribereños como la Iglesia navarra, no tendríamos que haber pasado por este penoso desencuentro sobre la ubicación de los fondos documentales parroquiales.

Íñigo Pérez Ochoa y Jesús Roce Martínez

Asociación de Amigos de la Catedral