Opinión

Me han enseñado a entenderles

Anoche volvía a casa sola, caminando tranquila mientras echaba un ojo al Facebook en el móvil. Por el rabillo del ojo noté que había una cuadrilla de chavales al otro lado de la calle, unos quince, “seguramente estén celebrando que han acabado la selectividad” pensé. Percibía por los cinco sentidos su grado de alteración, su poderío imaginario, y eso que ni los miraba. 

En esas, empezaron a hablarme, a gritarme piropos, que se me pegaban al cuerpo como esos señaladores de plástico que los carniceros clavan en los lomos del género que tienen en el mostrador,  “ternera” o “cerdo”, para que los clientes sepamos de qué va el tema. Me giré y les miré. Lejos de parar, el machirulo mayor continuó con perlas como “¿Qué te vas?, ¿a casa? A masturbarte, ¿no, zorra?” Y, mientras gritaba “Puta, zorra” y demás apelativos cariñosos relacionándolos con poco arte con el acto de la masturbación, el resto se descojonaban.

No hice nada, más que mirarles a la cara y decir en voz alta “en fin”. 

Me gusta llegar a consensos, no soy de extremos, no me siento cómoda con la actitud de superioridad de quien cree que está hablando con “un tonto” por no pensar igual que él. Tampoco disfruto ganando las discusiones, me gusta que se entienda mi postura y las razones que me llevan a ella y procuro ser consecuente y hacer lo mismo, si soy capaz.

Conforme avanzaba hacia mi casa me cabreaba más y me lamentaba por no haberme acercado a la cara del bocachancla y decirle cosas como a ver si tendría huevos de decírmelo a la cara estando él solo o delante de su madre, e incluso de decirle que la tiene corta. 

En fin. Eso es lo que me salió decir. En mis veinticinco años de vida he aprendido que tengo que pensar que solo son unos críos y que están borrachos cuando me encuentro con estos escenarios. A justificarles. Y creedme, me cuesta horrores mentalizarme de cómo tengo que reaccionar la próxima vez para no permitir esta clase de humillación. Por eso, porque me han enseñado a no entrar, a entender las cosas en su contexto y a no ponerme nerviosa. Mientras tanto ellos se han reído de mí, me han transmitido que ser una chica y masturbarse es vergonzoso y de guarras. Y además, se han quedado con la copla de que pueden hacerlo, de que tienen derecho. Porque debemos entenderles.

A mí me falta mucho por leer y por desarrollar en esta materia, pero vivo aquí, en este mundo que compartimos, y como me parece interesante intento abrir los ojos para no perderme nada. He querido contar esta experiencia porque muchas personas que admiro me dirían que soy una exagerada si hablo de desigualdad en el trato.  Dirían que simplemente me he topado con unos imbéciles, y yo lo entendería, por puro entrenamiento. Pero, ¿sabéis? Estos chavales creen que pueden hacerme eso solo porque pertenezco al grupo al que se le ha enseñado a pasar del tema, a ser compasivo y a tragar. Y no quiero oír más eso. Creo que hay tantos feminismos como feministas y el mío es este, compartir lo que soy capaz de ver con la esperanza de que alguien haya podido entender mi posición, y la de muchas.

Ana Carasusán