Opinión

Es la hora de la naturaleza

Desde hace algunos años que viene discutiéndose la necesidad de incorporar un nuevo sistema de medición que evalúe de manera más justa la economía de los países. Desde su creación, el Producto Interior Bruto (PIB), fue desarrollado para recoger en una única cifra, la producción económica de los países, con la finalidad de que los Gobiernos la utilizaran para la planificación económica. 

Siempre fue una medida económica pero nunca un sistema de evaluación de bienestar y, por lo tanto, no tuvo en cuenta cuestiones tan importantes como la salud física y mental, la naturaleza, la igualdad, la cultura, y sin fin de cosas más. Hoy, la realidad y los resultados lo han desbordado y cada vez más se habla de la necesidad de usar otros indicadores, al margen del PIB.  

Diversos estudios científicos han determinado que la Naturaleza es un componente fundamental para la buena salud, tanto física como mental. Frecuentar bosques, zonas verdes, jardines, caminos, senderos, observar aves, etcétera, es un ejemplo de ello. 

Refiriéndonos más concretamente a los bosques, hay que resaltar su entramado, que funciona como un sistema inmunológico de la vida del planeta. El bosque es una gigantesca, eficaz y gratuita medicina que, además de sanar las más graves y generalizadas enfermedades ambientales, lo hace de forma sincrónica e incesante. Recordemos que los árboles fijan los principales contaminantes. Casi nada trabaja mejor para limpiar el mundo y su envoltorio que los árboles. Y, podríamos seguir con más cuestiones. A la hora de hablar de los bosques, no puedo borrar de mi mente el incendio que el pasado fin de semana arrasó cerca de 900 hectáreas entre Bera y Lesaka (más de 2.000 hectáreas en total incluyendo Gipuzkoa y Lapurdi), y sobre el que los investigadores de la Policía Foral mantienen abiertas todas las líneas de investigación. 

Sin embargo, la economía global ha crecido a costa de destruir la naturaleza. Es un hecho que ya prácticamente casi nadie cuestiona. Durante el azote del coronavirus, se han publicado varios estudios e informes que confirman la evidencia del daño causado al capital natural del planeta. 

La recuperación económica postpandemia y la transición ecológica requieren una profunda reparación del planeta Tierra. Y para eso es esencial potenciar el uso sostenible del patrimonio natural bajo la premisa de devolver a la naturaleza más de lo que le quitamos y hacer las paces con el planeta Tierra.  Es la hora de la naturaleza. 

En la actualidad cada vez hay más conciencia de estar ante una emergencia climática, otra cosa es la respuesta que se le está dando, pero quizá el mensaje que nos envía la naturaleza a través de la crisis del coronavirus nos permita comprender mejor las interacciones entre los ecosistemas, la economía y la salud.

La denuncia que los economistas Herman Dalyy Robert Costanza lanzaron en 1990 al mundo económico está siendo admitida por cada vez mayor número de expertos y científicos: la humanidad no puede seguir creciendo a expensas de reemplazar la pérdida del capital natural por las ganancias en los otros capitales, como el obtenido de la producción de bienes y servicios. Es decir, el capital natural es irremplazable si queremos conseguir plenamente los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), y esta idea parece haberse hecho más evidente a la opinión pública a medida que ha avanzado la pandemia. 

Ante estas evidencias, ya anunciadas insistentemente esta última década por los científicos, la ciencia económica se vuelve hacia sí misma y se encuentra ante la urgencia de una revisión a fondo de la forma de evaluar la realidad en que vivimos.  A principios de este mes de febrero, el profesor emérito de la Universidad de Cambridge, Partha Dasgupta, en el documento titulado The Economics of Biodiversity, encargado por el Ministerio de Economía del Reino Unido, defiende la necesidad de incluir la conservación de la biodiversidad y la naturaleza entre los indicadores que utilizan los países para evaluar su grado de riqueza y prosperidad. Y subraya, que el avance económico global ha tenido hasta ahora un coste “devastador” para la naturaleza.

Y, es que el PIB es un indicador tan sólo material, que no expresa la calidad de vida, solamente utiliza variables contables que puedan expresarse directamente en términos monetarios y, por tanto, prescinde de aspectos como los costes ecológicos o los costes sociales de la producción, las desigualdades en la distribución de la riqueza y las desigualdades de género, tampoco contempla la protección del medio ambiente, y aspectos tan importantes como el agua y el aire limpios, de los que dependen directamente el mantenimiento de la biodiversidad y el bienestar de las personas.

A medida que los gobiernos y sociedades se enfrentan a la covid-19, la cohesión social es más importante que nunca y el concepto de la felicidad de las personas ha cobrado relevancia. Ideas como introducir la “felicidad nacional bruta” (FNB) o felicidad interna bruta (FIB) en la evaluación del progreso de una comunidad adquiere un nuevo sentido. 

La idea del FNB fue popularizado por la decisión del cuarto rey de Bután, Jigme Singye Wangchuck, en 1998, quien los introdujo en los parámetros económicos de su pequeño país de 41.000 km2 y 800.000 habitantes. En la actualidad, el gobierno laborista de Nueva Zelanda, liderado por Jacinda Ardern, ha promovido los primeros presupuestos explícitamente orientados al bienestar. Con ellos, el ejecutivo de la primera ministra Jacinda Ardern, antepone a cualquier otro objetivo de crecimiento el de aumentar el bienestar de las personas, multiplicando las inversiones en gasto social y protección del medio ambiente. A través de los llamados “presupuestos del bienestar”, se ha puesto el foco en intentar atajar los problemas más acuciantes de sus casi cinco millones de habitantes: la salud mental de la población, la lucha contra la pobreza infantil, el apoyo a las comunidades indígenas, la transición a una economía baja en emisiones y, por tanto, la lucha contra el cambio climático, y el impulso de la innovación.