Opinión

Covid-19 y armas nucleares

Estos son tiempos difíciles. Estamos en una crisis sanitaria y económica que tiene al mundo tenso y encerrado y que ha develado varias crudas realidades, incluida cuán vulnerable es el actual sistema social global. No obstante, debemos entender que aunque esta crisis fue provocada por un virus, su origen es político, no biológico. Surgió porque varios gobiernos desestimaron e ignoraron las advertencias de los científicos y de los profesionales sanitarios.

La lección más importante que debemos aprender de esta pandemia es que la ciencia no debe ser ignorada y, una y otra vez, la ciencia ha emitido advertencias detalladas sobre las armas nucleares. No obstante, con las armas nucleares, los riesgos son muchísimo más elevados.

Desde hace décadas, varios profesionales sanitarios han descrito las terribles consecuencias humanitarias de las detonaciones nucleares y han señalado los riesgos que conlleva la existencia de los actuales arsenales nucleares.

Estas bombas son destructivas de una forma singular: la devastación que causan abarca tanto el espacio como el tiempo. Las ciudades bombardeadas se volverían inaccesibles e inhabitables durante muchos años y los efectos atroces de la radiación aguda y crónica no solo afectarían a los sobrevivientes a lo largo de sus vidas -con varios tipos de cáncer y enfermedades crónicas- sino también a su progenie, que tendría un alto riesgo de sufrir graves defectos genéticos y congénitos, así como un mayor riesgo de cáncer. No hay ninguna posibilidad de primeros auxilios, ya que la mayoría de los trabajadores sanitarios habrán muerto, la mayoría de los hospitales, clínicas e infraestructura de comunicación habrán sido destruidos, y la radiación imposibilitaría el ingreso de ayuda médica externa para las víctimas de una detonación nuclear. Las víctimas que padezcan lesiones, quemaduras y las terribles manifestaciones del síndrome de radiación aguda sufrirán y morirán solas. Además, una explosión nuclear a una gran altitud crearía un pulso electromagnético que inhabilitaría la mayoría de los dispositivos eléctricos dentro de un radio mucho mayor que la devastación física de la explosión nuclea. Esto causaría fallas generalizadas de automóviles, computadoras, teléfonos y telecomunicaciones. El mundo, tal y como lo conocemos, cambiaría radicalmente.

Algunos climatólogos han determinado que una guerra nuclear «limitada» -una causada por 100 armas nucleares con una potencia igual a la de Hiroshima detonadas en ciudades en una guerra entre India y Pakistán- no solo mataría y lesionaría a varios millones de personas, sino que el hollín y los escombros que se elevarían a la atmósfera taparían la luz solar y reducirían rápidamente la temperatura en la biosfera global. Esto afectaría la producción de granos básicos (arroz, trigo, maíz y soya) en todo el mundo, lo que provocaría una hambruna que mataría a alrededor de 2 mil millones de personas, principalmente en los países del sur global, en su mayoría ubicados lejos de donde se dio el conflicto original. La escasez de suministros de alimentos y la consiguiente especulación de precios aumentaría la probabilidad de conflictos armados e incluso de una guerra nuclear a gran escala. Dicha guerra, además de matar a decenas de millones de personas, generaría un invierno nuclear que causaría la extinción de muchas especies, quizás incluso de la nuestra.

La recuperación de una guerra nuclear a gran escala sería imposible. El único camino sensato es prevenirla.