Opinión

Manipulación

En la época de la sobreinformación, en la cual recibimos más y más notificaciones, tenemos un problema para poder asimilar todo. ¿Qué es verdad? ¿Qué es mentira? ¿Qué está tergiversado? Claro que no son sólo las noticias: todos deseamos influir en los demás. Aunque digamos lo contrario, nos gusta más hablar que escuchar. Las últimas investigaciones en neurociencia demuestran que estamos bajando nuestra capacidad de atención y que (eso es una explicación subjetiva) muchas conversaciones son, en realidad, monólogos. En medio de la época veraniega es muy conveniente reflexionar sobre ello para obtener una serie de ideas y conceptos que nos puedan ser útiles. Comenzamos.

Para empezar, se debe distinguir la charlatanería de la mentira. Para el filósofo Harry Frankfurt: “es imposible que alguien mienta a menos que crea conocer la verdad. La charlatanería no requiere esa convicción”. Por esa razón es más peligrosa: al solaparse el mundo real con el imaginado y el trampeado, ocasiona pocos daños e incluso proporciona ventajas que no tiene la mentira, ya que es más difícil desenmascarar un charlatán.  Maquiavelo explicó en 1521 la idea: “hace mucho tiempo que no digo lo que creo, ni tampoco creo lo que digo, y si en alguna ocasión digo la verdad, la oculto entre tantas mentiras que resulta difícil de encontrar”. 

Pasamos a clasificar las mentiras. Es el turno de Tom Phillips, periodista y editor de Full Fact, empresa líder en Reino Unido de comprobación de datos. Todos hemos usado mentiras blancas o piadosas: sirven para hacer que nos llevemos bien. Las mentiras amarillas son aquellas que se usan por vergüenza o cobardía, y sirven para ocultar un error: “he llegado tarde porque he tenido que auxiliar a unas personas que habían tenido un accidente”. Las mentiras azules, sin embargo, restan importancia a nuestros actos: “el trabajo que he realizado no tiene tanto mérito, es un esfuerzo compartido”. Las más fascinantes son las mentiras rojas: el hablante sabe que miente, el público sabe que el hablante miente, el hablante sabe que el público lo sabe. Ejemplo, una promesa electoral imposible, una pareja que ha montado un escándalo en el vecindario y lo niega de forma persistente.

El objetivo de informarse es dar sentido a un mundo complejo con una capacidad de procesamiento individual limitada. Como dice el gran científico E.O.Wilson: “nos ahogamos en información, pero estamos hambrientos de sabiduría”. ¿Cómo lograrlo? Calculamos la calidad y utilidad de la información dividiendo el significado (cómo interpretamos los datos) entre el tiempo que nos cuesta consumir los datos (idea de Doug Clinton). Ahora bien, este consumo ha evolucionado. Según eMarketer, en Estados Unidos en el año 2008 las personas estaban 0.3 horas delante del teléfono móvil, 2.7 horas delante del ordenador, 0.2 horas delante de otros dispositivos. Total, 3.2 horas. En el año 2018 el teléfono móvil se usaba 3.6 horas, la pantalla del ordenador 2 horas, otros dispositivos 0.7 horas. Total, 6.3 horas. Y sin pandemia…

Hay más. La evolución del consumo de televisión (seguimos en Estados Unidos) es sorprendente: las personas mayores de 65 años la ven de media 7 horas al día, los que están entre 50 y 64 la ven 5 horas, de 35 a 49 se ve 3 horas y media, de 18 a 34 tan sólo hora y media. Los periódicos se han reducido en 2.155, un 24%. Casi la mitad de los condados, 1.540, tienen un único periódico que además es semanal. 

Siempre que consumimos información tememos ser manipulados. Entre el 10 y el 15% de los norteamericanos adultos son estafados cada año. Es una vieja costumbre, y es que siempre hemos sido así: el primer caso que se recuerda es un tal Ea-Nasir, y data del año 1750 AC. Nos vamos a una de las primeras ciudades estado de la humanidad: Ur, antigua Mesopotamia, sur de Irak. Este comerciante de cobre estafó a personas como Nanni, Abituram, Appa o Imqui-Sun. Basta consultar las tablas de arcilla, de escritura cuneiforme sumeria, encontradas en su casa. Bueno, más que en su casa, en los restos de la misma.

Entonces, ¿cómo defendernos? Zoe Chance, experta en influencia, recomienda ser cuidadosos en nueve ámbitos. Uno, éter (nos están emocionando). Dos, urgencia. Tres, exclusividad. Cuatro, demasiado bueno para ser verdad. Cinco, medias verdades. Seis, pensamiento mágico sobre el dinero (“te lo mereces”). Siete, pasar por alto una negativa firme. Ocho, alternancia de calor y frío. Nueve, sensación extraña.

Charlatanería, mentiras, utilidad de la información, obtención de la misma, estafas, evolución histórica y mecanismos defensivos son ideas que ayudan a evitar manipulaciones   y sirven para tomar mejores decisiones.