Opinión

Inflación

Suben, suben, suben y no dejan de subir. Demonio de precios; están por las nubes. Y lo que te rondaré morena. ¿Qué es, concretamente, la inflación? ¿Qué dice la teoría económica sobre ella? ¿Quién sale ganando con la misma? ¿Cómo combatirla ¿Se va a quedar mucho tiempo con nosotros? 

La definición genérica no puede ser más sencilla: la inflación evalúa la subida de precios. En lo que ocupa a los consumidores, estaríamos midiendo la valoración de una cesta de la compra típica. Ahora bien, esta cesta cambia con el tiempo. Hace no muchos  años no se gastaba dinero ni en Internet ni en teléfonos móviles. La evolución de la sociedad hace que los hábitos de compra varíen con el paso del tiempo. Así, el Instituto Nacional de Estadística (INE) realiza encuestas y usa diferentes técnicas para conocer nuestros patrones de consumo. Posteriormente se calculan unos indicadores estadísticos y se interpretan. Así, una inflación del 2% (por cierto, ese es el objetivo que se plantea el Banco Central Europeo como recomendable para el conjunto de la economía) implica que una compra de 100 euros pasa a costar 102 euros. Si la inflación es del 10% necesitamos 110 euros. Eso nos lleva a dos indicadores de interés; el salario nominal  y el salario real. Si ganamos al mes 1.000 euros y pasamos a ganar 1.050 nuestro sueldo ha subido un 5%. Así, se dice que la subida del salario en términos nominales es del 5%. Supongamos una subida de los precios de un 10%. En ese caso sí, hemos perdido poder adquisitivo. ¿Cuánto? Basta calcular nuestro salario en términos reales. ¿Cómo se hace? Basta dividir 1.050 (el salario nominal) entre 1,1 (es decir, uno más el 10% que es 0.1) con lo que obtenemos un salario real de 954,54 euros. Conclusión: estamos peor que antes. En definitiva, la valoración correcta de poder adquisitivo de una persona se hace comparando salarios reales, no salarios nominales.

Está también el tema de los ahorros: una subida continuada de los precios reduce su valor. Es como una termita. Los más afectados: las clases medias. Quien invierte en otro tipo de activos  está más protegido, ya que si tenemos muchas acciones o diversas propiedades inmobiliarias la subida de precios repercute en su valoración. Así, dentro de lo malo uno se queda como estaba. Ahora bien, quien tiene sus ahorros en dinero no tiene esa opción y empeora. Por esa razón a la inflación se le denomina el “impuesto de los pobres”. Algunos de nuestros políticos están encantados con ello, ya que presumen de “la gran subida de la recaudación de impuestos”. Ahora bien, ¿a qué es debido? ¿A la mejora de la actividad económica o a que los precios están por las nubes? Pensemos en la gasolina. Si el gobierno se queda el 50% de su precio y está a un euro, recauda 50 céntimos. Si el litro pasa a dos euros, la recaudación del gobierno pasa a ser…..¡de un euro! ¿Por qué los gobiernos no limitan su ganancia a 75 céntimos, por ejemplo? Mejor limitar la ganancia de los demás.

En términos técnicos, la inflación puede ser de oferta o de demanda. En el primer caso, es debida a la subida de los costes de fabricación, problemas de suministro o escasez de materia prima. En el segundo caso, es debida a que los consumidores desean gastar más ya que están ganando más dinero, son más optimistas o liberan ahorro. Estamos claramente en el primer escenario, y eso limita las medidas que se puedan tomar en términos fiscales (reduciendo el gasto público, ajustando impuestos o cambiando reglas de compra/venta) o monetarios (subiendo los tipos de interés). En economía, las variaciones de oferta se amplifican para bien o para mal. Una nueva fuente de energía aumentaría el bienestar global de forma considerable y con la situación actual ocurre, por desgracia, todo lo contrario.

Siempre hay ganadores y perdedores. Con la inflación, gana quien posee activos reales que se revalorizan más que los precios y quien está endeudado, ya que en términos reales su deuda baja, de la misma forma que los ahorros bajan. 

En definitiva, ¿qué hacer? Lo más fácil y tentador es limitar precios, como se ha hecho con los alquileres. Por desgracia, la evidencia empírica demuestra que eso implica reducciones de oferta o picaresca. Lo mejor y más difícil es repensar la regulación de algunos mercados y discriminar las ayudas a quienes más lo necesiten.